En el mundo impersonal que vivimos, la humildad como virtud se ha desvalorizado, llegando a ser tomada como manifestación de debilidad en el carácter del individuo. La “humildad” la conceptuamos como una disposición de la persona a aceptar su condición y calidad de humanas, en las cuales fortaleza y debilidad encuentran el justo equilibrio.
La dimensión ética de la humildad no contradice la noción evaluativa que tengamos de nosotros mismos como entes poseedores de criterios propios laudables. Tal dimensión, sin embargo, se resquebraja el momento en que esos discernimientos adoptan visos de intransigencia; y es que el hombre valiosamente humilde está presto a explorar el mérito también de su prójimo.
La humildad no es descalificación propia sino gratitud con lo que terceros puedan aportar a nuestra sabiduría. La soberbia como antítesis rebaja al individuo a un estrato de “pobre ser” digno de pena, pues la insolencia intelectual conforma un obstáculo mayor al aprendizaje. Una de las revelaciones del humilde es la aurora de su intelecto, que le permite un real conocimiento de las distintas facetas en que se desenvuelve, permitiéndole conducirse de manera racional. El escepticismo (pero no en su proyección sutilizadora sino de prevención razonada) se identifica también con virtud de la humildad.
Quien carece de humildad “inventa lo inferior”. Esto significa que el jactancioso frente a su incapacidad de reconocer limitaciones – que las tiene como cualquier ser humano – en defensa de las suyas restricciones, hace alarde de posiciones estúpidas. De ahí que la no-humildad es, por igual, confesión tácita de escasa autoestima. El no-humilde, en el mundo desacertado en que vive, pretende mostrarse como poseedor de sapiencia extrema… convencido que el resto no se percata de que su petulancia es “síndrome”. Ahora bien, altaneros y petulantes los hay inteligentes y tontos. Con el humo inteligente tenemos alguna esperanza de rectificación en ejercieres, pues está en alerta a aprender de otros. En el suntuoso tonto la expectativa de enmienda se desvanece casi por completo, su exigua capacidad de raciocinio lo encapsula del aporte que puedan brindarle otros, que de permitírselos lo ayudaría a superar su sandez.
En la filosofía encontramos también una fase estética del respeto. Para algunos autores, la “ironía” es en efecto la locución estética de la humildad, entendido el humor – no la sátira – como una manera de absorber el ideal negativamente, es decir partiendo de lo detestable, vulgar y ruin en ascendente moral. La ironía permite declarar lo bueno hurgándolo en lo malo.
La sociedad demanda de humildes. De seres prontos a reconocer que todos los seres humanos tenemos algo que aportar. No de sabios necios que se limitan a irradiar energías negativas atentando contra la razón.