Reciben este nombre – “dinero caliente”– los capitales errantes de carácter especulativo que ingresan o que fugan de los países según el grado de estabilidad de la moneda local, de sus perspectivas de futuro, de las condiciones de seguridad política y del tratamiento tributario que se les ofrece. Si las expectativas señalan que un país no está en capacidad de mantener el valor de su signo monetario y que otro tiene un proceso de revalorización que ofrece condiciones impositivas más interesantes, esos capitales tienden a convertirse a la moneda más fuerte y se afincan en el país más atractivo.
Pero la mutación en la paridad de la moneda nacional o cualquier otro elemento que pudiera afectar a la convertibilidad del signo monetario, o la aparición de un déficit en la balanza de pagos, o la disminución de las reservas monetarias internacionales, o el advenimiento de síntomas de inestabilidad política, son suficientes para producir un éxodo de los capitales flotantes.
Esos capitales, que se transforman de una divisa a otra y se desplazan de un país a otro con fines especulativos, operan siempre a través de movimientos de corto pazo. Sus propietarios, en búsqueda de seguridad y rendimientos mayores, los depositan en los centros financieros que ofrecen alta rentabilidad: los llamados “paraísos fiscales”, que atraen a esos capitales errantes. Y su ingreso tiene un efecto expansivo en la masa monetaria, con incidencia sobre la inflación.
Desde los años 70 del siglo pasado han sido denunciados estos episodios de especulación internacional como causa de la inestabilidad monetaria, de los desequilibrios en la balanza de pagos y de las tensiones inflacionarias en varios países que han recibido el flujo de fondos líquidos.
Hay una creciente preocupación en el mundo político y financiero por el comportamiento del “hot money”. Existe plena conciencia de que el fenómeno va en aumento, paralelamente a la apertura de las economías y a la eliminación de controles. Se saben las presiones que los especuladores financieros ejercen sobre el poder político para obtener la paridad que les conviene en el mercado de intervención o en el mercado libre. Se conocen las dificultades que causan con sus manejos especulativos. Pero no se han encontrado todavía los medios para controlar o impedir sus maniobras y sus desplazamientos. Al contrario, con el establecimiento del llamado “tipo de cambio flotante” se incrementa la incertidumbre nacional e internacional, pues nada hay que garantice que las paridades resultantes del mercado sean las más adecuadas a la situación, y se otorga mayor espacio a las maniobras especulativas de los operadores de los mercados de cambios.
Este es uno de los síntomas más graves de la crisis que afecta al sistema monetario internacional.