Columnista Invitado
Dos de la mañana, el teléfono suena insistentemente, el sueño intranquilo se interrumpe, una voz angustiada de una madre desesperada mezcla expresiones de temor e inseguridad con entrecortado llanto. Una turba en amenazante algazara grita, emite improperios a los vecinos de la otrora tranquila urbanización; se escuchan disparos en la madrugada de un ineficiente toque de queda. Escenas parecidas se repetían en otros conjuntos habitacionales. La intranquilidad llenaba el ambiente, alterado desde días atrás, por una invasión de odio, maldad, revancha, desesperado oportunismo y aprovechamiento planificado de una colectividad fácilmente influenciable e irresponsablemente agresiva, orientada a destruir la institucionalidad de la patria.
La injusticia social, una lacra que genera pobreza en el 23,9% en el área urbana y en el 40% en la rural, abraza a indígenas, mestizos, negros y blancos y castiga más al 9% de habitantes urbanos y 14% de rurales, sumiéndolos en extrema pobreza.
Esta calamitosa realidad, inherente a la existencia de este país, exige dedicación y trabajo de los gobiernos y de toda la sociedad para hacer real la dotación de educación, alimentación y salud a colectivos que, por ignorancia y por capacidades no bien desarrolladas por déficits nutricionales esenciales, se convierten en un conglomerado obediente a la ambición de sus hábiles líderes.
Estos son diestros en dominar formas de imposición y exigencia, para transformar a esos grupos pacíficos en hordas destructoras e irreflexivas en una vorágine aupada e impulsada por guerrilleros urbanos entrenados, local e internacionalmente, para crear caos y acabar con el orden constituido. En este espectro de diversas razas también existen potentados y ricos, propietarios de hoteles, ferreterías, fruterías, abarrotes, bazares de ropa importada, papelerías, hoteles, restaurantes, boyantes cooperativas de ahorro y crédito, hosterías y vehículos de alta potencia. Sus dueños son blancos, mestizos e indígenas.
Indígenas equinocciales del norte defienden sus ancestros de Mindalaes (élite privilegiada de comerciantes viajeros que estaban libres de tributos y mitas, por satisfacer las necesidades de caciques y emperadores). Su naturaleza de vendedores les permite manejar altos montos de dinero, pero se resisten a cumplir las obligaciones tributarias.
Cuán valioso será para la patria que paguen los impuestos y se esfuercen por mejorar las condiciones de vida de sus hermanos de raza, para evitar el maniqueísmo de los políticos corruptos que anhelan retornar al saqueo de las arcas del Estado, impregnando destrucción y terror en una sociedad que necesita paz y trabajo para vencer la severa crisis creada por ingentes gastos, endeudamientos perjudiciales y corrupción rampante de los diez años de hurto.