Horror, marchas y contradicciones

‘Dos de la mañana, el teléfono suena insistentemente, el sueño intranquilo se interrumpe, una voz angustiada de una madre desesperada mezcla expresiones de temor e inseguridad con entrecortado llanto. Una bulliciosa turba en amenazante algazara grita, emite improperios a los vecinos de la otrora tranquila urbanización; se escuchan disparos de armas de fuego en una madrugada de un ineficiente toque de queda. Escenas parecidas se repetían en otros conjuntos habitacionales. La intranquilidad llenaba el ambiente, alterado desde días atrás, por una invasión de odio, maldad, revancha, desesperado oportunismo y aprovechamiento planificado de una colectividad fácilmente influenciable e irresponsablemente agresiva, impulsada por entes orientados a destruir la institucionalidad de la patria”. Así iniciaba mi artículo de noviembre del 2019 intitulado “Horror: Marchas Pacíficas” que describía una escena de terror entre las innumerables que se produjeron en octubre de ese año, con hordas destructoras que incendiaron vehículos policiales, militares y civiles, levantaron el pavimento y los adoquines de las calles, muchas tan antiguas y pintorescas que atrajeron la nominación de ciudad “Patrimonio de la Humanidad”. Pululaban “combatientes” cubiertos el rostro, vestidos de negro que portaban escudos y bazucas caseras, preparados con antelación, para atacar a la fuerza pública. Secuestraron en forma estrepitosa a policías hombres y mujeres, los vejaron públicamente, incendiaron edificios, poco faltó para que la turba se tomara un cuartel.

La población citadina sorprendida, aterrada, impotente no encontraba amparo ni protección en ninguna autoridad o institución, el odio y la indisciplina gobernaban ese caos.El alcalde, escondido; el presidente en Guayaquil, la Asamblea guardaba silencio... mucho silencio, no se escuchó a ningún asambleísta. La ciudad invadida había sido hollada. El heroísmo prudente y exageradamente tolerante de policías y militares evitó una sangrienta lucha fratricida, mérito de los ministros de Defensa y de Gobierno. Hoy, en flagrante contradicción, dos de esos asambleístas que nada hicieron ni dijeron, para detener la barbarie plantean juicio político a la Ministra de Gobierno “por haber usado bombas lacrimógenas caducadas”. Dichos parlamentarios tampoco se han pronunciado sobre la nueva vejación a un monumento de la capital, por parte de dirigentes campesinos que se han convencido que, por ser tales, pueden ofender a nuestra ciudad, cada vez que “les venga en gana” a diferencia de lo que sucedería a un extraño si osaría intervenir en sus comunas o en su justicia indígena.

No es admisible que, en lugar de aprobar los proyectos de ley para combatir la corrupción, utilicen el escaso tiempo sobrante del período de asambleístas en juzgar a la ministra que enfrentó diligentemente al ataque irreflexivo que mancilló la patria.