La acción política refleja cómo los seres humanos interpretamos nuestras vidas. Por ejemplo, la Revolución Francesa -el fenómeno político más importante de la modernidad- instituyó al cálculo y a la razón como los ejes rectores del comportamiento individual: alguien que no usara la lógica, que antepusiera sus pasiones al intelecto era considerado un imbécil, un subproducto social…
Las revoluciones rusa y cubana también siguieron esa vena racionalista y trajeron consigo una miríada de tecnócratas que intentaron planificar, hasta el detalle más nimio, la vida de las sociedades. Se buscaba que las personas minimizaran sus errores y maximizaran su eficiencia. Se creía que la ciencia -no la filosofía- indicaría a las personas cómo comportarse mejor.
¿Pero qué pasa cuando los planes y las rutinas preestablecidas fallan? ¿Qué sucede cuando los cálculos resultan incorrectos y la razón se queda corta para explicar lo que sucede a nuestro alrededor? En ese momento, otro tipo de acción política se torna indispensable. ¿Cuál? La de la audacia en el riesgo. Me explico:
El arrojo no es una virtud común entre los políticos. Talvez como ningún otro, estos personajes privilegian el cálculo por encima de cualquier cosa y están dispuestos a transar sobre lo que sea. El político típico no busca el triunfo de sus ideas, sino el avance de su carrera; no busca la justicia sino el pacto. El político tradicional prefiere las certezas al riesgo.
Esa forma fría y mental de ejercer la política -y de vivir la vida- lleva inevitablemente a resultados mediocres. De cuando en cuando, las sociedades necesitan de políticos que actúen al margen del cálculo, que antepongan sus pasiones a la razón, que inspiren con ideas y propuestas.
El de Escipión es el caso más insigne del político que supo ser audaz en el riesgo. Cuando Roma estaba sitiada por las huestes de Aníbal y todo indicaba el final de ese régimen en manos del enemigo, Escipión inspiró a los ciudadanos a vencer el miedo a aquel feroz cartaginés y lo derrotó en las afueras de su ciudad.
Si hubiese calculado, si hubiese pensado en el grave riesgo que corría por su accionar audaz, Escipión talvez hubiera pactado una ‘rendición honrosa’ y prebendas para los suyos.
Al parecer, Carlos Vera quiere hacer una política arrojada y al margen del cálculo puro y duro. Las posibilidades que tiene de ganar son, por ahora, pocas. Aún así, parece que la perspectiva de una derrota no le va arredrar. Eso es inspirador y estimulante.
El mensaje más importante que trae es el de vencer al miedo, como lo hizo Escipión, en su momento. Ya era hora que alguien lo hiciera. Necesitamos más políticos como él.