Vivimos tiempos de un populismo tan abigarrado y de un debate tan pobre que entre la fauna política se ha desatado una verdadera batalla por demostrar algún grado de inteligencia que los separe de la manada. Sin embargo, esta intención fracasa de forma estrepitosa cuando se enfrentan a la inmediatez de las nuevas tecnologías y a la tenebrosa presencia de los medios modernos de comunicación que, en un instante, son capaces de difundir al mundo cualquier disparate pronunciado ante las cámaras o los micrófonos, o uno de los tantos desatinos que brotan a diario de sus teclados.
Las redes sociales se han convertido en los escaparates que exhiben ante la sociedad virtudes y defectos de las personas. En el ámbito político, tan venido a menos por esta avalancha populista, a veces es suficiente leer una frase, mirar una imagen compartida en las redes o asistir a una conversación para saber que allí hay alguien desesperado por demostrar lo que
natura nunca le dio.
Hace pocos días algunos personajes discutían en esos foros sobre lo inteligente que es fulano de tal porque tiene en su poder un par de rosarios de doctorados honoris causa. Un intruso incómodo intervino entonces en el debate y les dijo con mucha gracia y derrochando razón que si alguien necesitaba demostrar su inteligencia con doctorados honoris causa, entonces estaba probado que era todo un ignorante.
Otra de las modas de este mundillo político es la deshonrosa práctica de citar a ciertos autores de forma indiscriminada. En efecto, para alguien que no ha abierto un libro en su vida no hay mejor forma de descubrirse como iletrado que citar al autor que sus colegas de tendencia también han citado con auténtico frenetismo. Entre los más citados de estos tiempos están Bolívar, Montalvo o Martí. Con el primero quizás se sienten identificados aquellos que conservan afanes totalitarios y sospechan o escucharon que el libertador pretendía ser en realidad un gran emperador de estos territorios. En cambio por el lado de Montalvo y Martí sí que andan perdidos los copiadores de frases que no se enteran hasta ahora que tanto el uno como el otro fueron enemigos acérrimos de dictadores y tiranos, que ambos enarbolaron la bandera de la libertad, y que a pesar de haber vivido más de un siglo atrás, anticiparon un futuro funesto que caería sobre sus pueblos varias décadas después. Decía Montalvo: “Hagamos revoluciones, pero hagámoslas dignas de la libertad y la moral”.
“Somos libres porque lo somos, no porque un individuo consiente en que lo seamos mientras a él le agrade”. O decía Martí: “La soluciones socialistas, nacidas de los males europeos, no tienen nada que curar en la selva del Amazonas”. “Un estado socialista, que sería un poco un estado corrompido, y luego un estado tiránico”. “Siempre es desgracia para la libertad que la libertad sea un solo partido”.
De modo que sigan por el mismo camino, acumulando honoris y des honoris,
que así se los reconoce.