Esa “gripecita” que decía Bolsonaro desnudó la ignorancia e incapacidad de muchos políticos y dirigentes del ancho mundo: su irresponsabilidad, su megalomanía y el terror a perder votos. Por el contrario, los médicos, las enfermeras, los científicos, han asumido la función más destacada, peleando contra el mal en los hospitales y refutando a los charlatanes. Es emblemático el caso del doctor Fauci, quien corrige en vivo cada idiotez pronunciada por Trump.
Todos, desde la infancia, tenemos anécdotas con médicos. A mí, un cirujano muy amigo de la familia me permitió ver, en su clínica de Manta, una cesárea cuando todavía se practicaba el corte vertical que dejaba una larga cicatriz. Era un doctor cariñoso, entretenido, lleno de historias que me encantaba oír.
Para que no se pierdan experiencias como esa, en el 2014 entrevisté a varios doctores. La idea era publicar una especie de historia oral de la medicina quiteña del siglo XX, tan ligada a la Facultad de Medicina de la Universidad Central. El libro se completó con textos sobre la Escuela de Enfermería, el Museo de la Medicina y otros temas históricos, pero en lugar de ir a la imprenta y circular entre los estudiantes y la gente interesada, ese material irremplazable dormita en alguna gaveta por razones ajenas a mi voluntad.
Desde entonces, por desgracia, han fallecido entrevistados como el psiquiatra Dimitri Barreto y el cirujano Jaime Chávez, ícono del Andrade Marín cuando ese y otros hospitales del IESS eran templos de la medicina y no la cueva de ladrones que son ahora. Me queda el consuelo de que sus historias fueron registradas y algún rato serán leídas.
En cambio, otros médicos que narraron sus vidas con gracia y con detalles siguen dando guerra: a la cabeza, Rodrigo Fierro, colega de esta página editorial con sus 90 años cumplidos; y Frank Wielbauer, que escapó con su familia del nazismo en 1939, fue pionero acá de la hematología y me confesó que jugaba al tenis “mal pero con decisión”. Tal como canto yo, pensé: mal pero con decisión.
Esas historias arrancan a mediados del siglo pasado, cuando el médico familiar era un personaje muy respetado y la facultad capitalina gozaba de prestigio más allá de las fronteras, pero las condiciones de trabajo eran muy duras y los servicios de salud, precarios. Se vivía bajó la amenaza de enfermedades infectocontagiosas y endémicas como la tifoidea, la tuberculosis, el sarampión, la viruela, el paludismo que persiste. Por eso, la llegada de la penicilina luego de la Segunda Guerra Mundial fue un evento portentoso, tanto como lo será la vacuna del covid-19. Y así…
Quizá deba abrir un blog para que cualquiera pueda acceder libremente a esos testimonios que ayudan a comprender la sicología, la sabiduría y el temple de los doctores que lucharon contra las epidemias de su tiempo.