Sobresaliente la presencia enla historia nacional de quienes por vocación se dedicaron al ejercicio de la medicina, comenzando por el ilustre Dr. Eugenio Espejo. La lista, numerosa, a la que se suma en estos días Gustavo Vega, psiquiatra cuencano.
Como el Dr. Vega es de aquellos estudiosos que no paran se le dio por hacer un masterado en la Pablo de Olavide, en Sevilla, una de las buenas universidades europeas. Su disertación, previa a la obtención del título de Máster Oficial de la Unión Europea, en Historia de América Latina, lleva como título “Historia y Psiquiatría. Imaginarios y expresiones sobre la locura. Quito y Cuenca: cuando la sociedad enloquece. Personajes y episodios delirantes de la historia en la Colonia, la Independencia y la República”. Tal disertación llega a mis manos en preciosa edición, con sus cinco fascículos, publicada en Quito a finales del año pasado. Obra admirable con la que se demuestra una vez más que para investigar un tema importante es menester hallarse bien preparado. Es el caso del Dr. Vega: de formación clásica, polígrafo, erudito, psiquiatra enterado. Preparado para trascender. La historia de los países andinos, concretamente del nuestro, requería para ser digerible del sustento que supone dar con las respuestas de comportamiento -individual o colectivo, normal o patológico-, ante circunstancias a ser definidas y para eso estaban los antropólogos y los psiquiatras.
Lecturas sistemáticas y bien codificadas, numerosas, llegadas a un espíritu ecléctico, le han llevado a Gustavo Vega a vislumbrar explicaciones sobre personajes y hechos históricos: esas motivaciones ocultas –las que subyacen en la conciencia y en algún momento explotan-. Por lo general soslayadas por los historiadores de oficio ya porque su formación académica era la tradicional o por esas ataduras que enanizan los espíritus y la mente. Esas ataduras: los mitos de los que habla Gustavo Vega, y los dogmas, agrego yo.
Mitos y dogmas, las verdades a medias. Mariana de Jesús, jovencita quiteña que en sus trances hacía milagros. García Moreno, “el santo del patíbulo”. Miguel de Santiago, el que tuvo que lancearle al que posaba para pintar un Cristo en agonía. Sangurima, indio cañari, insuperable tallador de vírgenes y santos que no le iban ni le venían. Velasco Ibarra, cartesiano, demagogo furibundo cuando Presidente. Las feroces revueltas populares, como las de Quito, odio de siglos. Esos “pobres cholos de mierda”, producto de indias violadas por blancos, “hijos naturales de padre desconocido”, ambivalentes como el chulla Romero y Flores. El acholamiento. Esa música infinitamente triste que tan solo nos gusta a los ecuatorianos. Esas élites intelectuales, desconcertadas, extranjeras en su propia tierra. Historia y psiquiatría, la gran obra de Gustavo Vega.