En una América Latina flagelada por la desigualdad y el desempleo, el mito de Pablo Escobar y el Reino de la Cocaína es inagotable.
Hasta sus animales lo mantienen vivo. Una investigadora advierte que hacia el año 2050 se podrán contar por miles los descendientes de los hipopótamos que escaparon de la famosa hacienda Nápoles cuando el capo fue ultimado.
Esos exóticos mamíferos se aclimataron gozosamente en las aguas del río Magdalena y son un peligro para el ecosistema pues devoran toneladas de vegetación y no tienen predadores.
Ni siquiera los lugareños, que les han aceptado como una atracción turística.Difícil hallar una mejor metáfora del fenómeno del narcotráfico que se reprodujo abiertamente en una Colombia que miraba para el otro lado y fue corrompiendo su sistema político, económico y de seguridad. Era tal su poder de seducción que, en los años 80, fagocitó lo poco que le quedaba de ideología revolucionaria a la guerrilla colombiana cuando empezó a pagarle por el uso de las picas para el traslado de la droga, y también por recibir seguridad, arreglo que duró hasta que los guerrilleros asumieron directamente el negocio.
Tal fue el caso de las FARC y su comandante Raúl Reyes, cerebro del tráfico y las relaciones públicas, que tenía su santuario de este lado de la frontera, donde era también un atractivo para el turismo de izquierda.
Cuando el presidente Santos firmó la paz con las FARC, al igual que los hipopótamos de Escobar muchas columnas de disidentes quedaron liberadas del orden jerárquico, forjaron alianzas con los carteles mexicanos y coparon la frontera con Ecuador, disputando salvajemente el territorio entre ellas y con el ELN que ha vuelto a incendiar Colombia.
La analogía no termina allí pues en los esteros de Esmeraldas se han descubierto semisumergibles que parecen inspirados en… un hipopótamo, en qué más iba a ser. No solo por la forma sino también porque son mitad visibles, mitad invisibles, como los dólares sucios de un negocio que, sin radares ni base de Manta, floreció durante el correísmo en decenas de caletas costeras y pistas disimuladas que solo son ‘descubiertas’ cuando se accidenta alguna avioneta mexicana.
Pero fue en Venezuela en donde se perfeccionó el ‘ménage a trois’ entre el narco, el populismo de izquierda y la guerrilla. Allá, el ELN y los ex FARC administran zonas autónomas de frontera con Colombia, y en el tráfico de avionetas hacia al norte participan altos cuadros del Estado y sus cachorros.
A todos, incluyendo el G-2 cubano y los rusos, les une un enemigo común: el imperialismo yanqui, faltaba más. ¿Qué mejor entonces que enviarles de contrabando toneladas de droga y obtener a cambio millones de lechugas, de esas que tanto gustan a los hipopótamos? Es un negocio redondo y está justificado políticamente. ¡Bingo!