‘Esta no es una integración romántica, o poética, es una integración realista”. Estas fueron las palabras con las cuales el ex presidente peruano, Alan García explicó las bases del proyecto que fue su última contribución al país antes de abandonar el cargo: la “Alianza del Pacífico”. Una idea que tras meses de negociación, se volvió realidad el pasado 6 de junio, cuando en el desierto de Atacama los presidentes de Chile, Perú, Colombia y México lanzaron formalmente la iniciativa de integración más ambiciosa que haya visto la región en décadas.
El acuerdo firmado entre estos países, con la presencia como “observadores” de Panamá y Costa Rica, constituye un bloque formidable que con una población de 200 millones de habitantes, representa un tercio del PIB total de América Latina, más del 50% de su comercio, y exportaciones que doblan las de todo el Mercosur. Considerados como un país en conjunto, esta Alianza sería la novena economía del planeta.
Tiene además un objetivo claro que le aporta un diferencial en comparación con otros procesos regionales. “Lejos de refugiarnos en nuestras propias fronteras, nos comprometemos aún más con la apertura, con la integración”, afirmó el presidente chileno Sebastián Piñera. Algo consistente con la realidad de estos países que ya tienen acuerdos de libre comercio entre ellos.
Han privilegiado los temas económicos y el pragmatismo, por encima de la ideología y la política.
Desde el punto de vista geopolítico es una movida trascendente. Es el ingreso formal de México a la política sudamericana, algo reclamado por muchos como única alternativa a la hegemonía de Brasil en la región. Un rol que el país azteca se mostraba reticente a asumir, concentrado en sus vínculos con EE.UU. y Asia.
Es por ello una señal de alerta importante para Brasil, que deberá prestar ahora más atención a su “patio trasero”, un cambio importante ya que ese país en los últimos años, confiado en su peso absoluto en la región, la había descuidado mucho embelesado por su supuesto nuevo rol como potencia global. También es una victoria para EE.UU., que logra el avance político más importante en la región desde el fracaso del ALCA. Teniendo en cuenta que Washington ya tiene firmados TLC con los 4 países, con este acuerdo logra fortalecer procesos como el vínculo con Colombia o Chile, que estaban un poco aislados en la política regional ante el avance de gobiernos hostiles como Venezuela o Ecuador.
Uruguay debería acercarse a este nuevo bloque, al que tendría muchos aspectos de interés para aportar. Si bien Uruguay está condenado por la geografía a entenderse con Argentina y Brasil, este nuevo contrapeso regional puede ser una alternativa muy oportuna para lograr una mayor proyección económica hacia los mercados asiáticos.