Quién diablos iba a sospechar que ese hijo de una familia acaudalada de Portland, graduado en Harvard, poeta y miembro de la bohemia roja de Nueva York, escribiría la más famosa crónica de la victoria de la Revolución rusa en octubre de 1917, moriría joven y sería enterrado al pie del Kremlin como un héroe soviético.
Me refiero a John Reed y sus ‘Diez días que estremecieron al mundo’, obra maestra que cuenta con cientos de ediciones en muchas lenguas, aunque el ejemplar empastado que guardo en mi biblioteca es único pues está firmado por carlosguevaramoreno en 1929. No es difícil imaginar el fervor con el que lo habrá leído el futuro caudillo del CFP. Yo también, en los tiempos rebeldes de la Escuela de Sociología, sucumbí ante la fuerza de este libro, y ahora que lo he vuelto a leer veo que conserva la frescura de una crónica escrita en primera persona con los recursos de la literatura pues este genial adelantado del ‘new journalism’ no solo que fue testigo, sino que participó en los eventos cruciales de San Petersburgo, eje de la revuelta.
La trayectoria de Reed fue vertiginosa. Convertido en periodista y activista sindical se enfrentó con la Standard Oil de John Rockefeller y viajó a Chihuahua a entrevistar y seguir durante varios meses a Pancho Villa, un bandolero pintoresco que se perfilaba como el gran caudillo de la Revolución mexicana. Luego juntaría las crónicas que enviaba a Nueva York en un primer libro que lo volvió célebre: ‘México insurgente’.
Entonces estalló la guerra europea y Reed marchó a cubrir esa lucha salvaje entre potencias imperiales hasta que, a mediados de 1917 y acompañado de su esposa y también escritora Louise Bryante, arribó a la Rusia del cataclismo que había empezado con el derrocamiento del zar Nicolás II y que culminaría con la toma del poder por Lenin, Trotsky y otros revolucionarios a los que entrevistó y perfiló en su libro, al tiempo que capturaba la atmósfera caótica, la pasión desbordada y el sacrificio de miles de obreros, agitadores, soldados y marinos embarcados en ese torbellino revolucionario que iba a marcar para bien y para mal las luchas políticas e ideológicas del siglo XX. Comprometido con la causa, Reed era un agudo observador, con mucho olfato político, que se jugaba el pellejo en las barricadas, los mítines clandestinos y el frente de guerra donde casi lo fusilan por extranjero.
Estas páginas cargadas de historia, de proclamas incendiarias, debates ideológicos y combates contra Kerensky y los enemigos de la revolución naciente permiten lecturas opuestas: desde la mirada romántica que sirvió para películas como ‘Octubre’ de Eisenstein y ‘Reds’ de Warren Beatty, hasta el ojo crítico que descubre en la estructura vertical y dogmática de los bolcheviques el origen del terror rojo y la deriva estalinista que llegará hasta nuestros días. Lo que nadie discute es el talento de Reed para reflejar un estallido social que estremeció al mundo.