En este día de elecciones la ley manda que los articulistas nos abstengamos de dar opiniones políticas que puedan influir en el voto. Bien está. Se trata del llamado “silencio electoral”. Por eso, creo que, dadas las circunstancias, es una buena oportunidad para hacer, una vez más, crítica cinematográfica. Entre mitin y mitin, marcha y caravana, he recuperado una hermosa película: “The inmigrant”, o algo así como “Dios vigila a sus gorriones”. Se trata de una película de James Gray, un viaje a la isla de Ellis (Nueva York) en los años 20, puerta de entrada del sueño americano para miles de migrantes.
Lo que el director nos propone tiene mucho que ver con la esperanza, el fracaso, la capacidad de supervivencia, la codicia, el rechazo familiar, el amor, los celos e, incluso, la fe en Dios y en el ser humano. Una fe que parece tambalearse ante las continuas pruebas a las que se ven sometidas Ewa y Belva, las dos hermanas migrantes. Mientras Belva es puesta en cuarentena, Ewa llega a Nueva York de la mano de Bruno, un hombre sin escrúpulos que la anula con chantaje emocional y que la empuja, como a muchas otras chicas, a meterse en el mundo de la prostitución.
La película es, además, un excelente retrato costumbrista del Nueva York de los años 20, con los claroscuros de una ciudad en la que no faltan quienes se aprovechan de la desesperación de los que llegan cargados de sueños y de pobrezas. Casi sin quererlo, he pensado en el gravísimo problema de movilidad humana que hoy vuelve a atenazar al mundo y, más concretamente, a nuestra sociedad ecuatoriana y latinoamericana. Los migrantes vuelven a salir por miles, huyendo de una Venezuela desgarrada y empobrecida, y quedan atrapados entre las líneas visibles e invisibles de un sinfín de fronteras.
El tema de la migración me acompañó desde la niñez, cuando los campesinos gallegos migraban a Centroeuropa en general y a Alemania en particular, necesitada como estaba de mano de obra para reconstruir un país devastado por la guerra. Viendo las escenas del desarraigo recordaba los versos de Rosalía de Castro, experta en mostrar la saudade de los que partían de la ría de Vigo, camino de Argentina o de Venezuela: “Adiós ríos, adiós fontes, adiós regatos pequenos, adiós vista dos meus ollos, non sei cando nos veremos”…
Seguramente, la vida de los Estados Unidos – como la de tantas naciones – y, en concreto, la de Nueva York, no puede entenderse sin la inmigración y sin Ellis Island, a donde llegaron miles de ascendientes de, hoy, ciudadanos estadounidenses. La película nos traslada a un problema que sigue vigente, casi cien años después: el tráfico de personas, la corrupción, los coyoteros, los muros y alambradas y, lamentablemente, la xenofobia y la violencia. Como en el filme, siempre hay un rayo de esperanza. Siempre, tal como dice la protagonista, Dios vigila a sus gorriones.
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