El anuncio hecho la semana pasada por el ex negociador de las FARC, alias Iván Márquez, de retomar las armas, junto a otros antiguos comandantes, merece varias lecturas.
Como era de esperarse, la reacción del presidente colombiano Iván Duque ha sido terminante. Pedir la expulsión de estos miembros de las FARC de la “Jurisdicción Especial para la Paz” (para que sean juzgados por la justicia ordinaria) y ordenar a la fuerza pública su búsqueda y aprehensión. Sin embargo, el presidente Duque al tildarlos ya no como “beligerantes” sino de narco terroristas ha querido dar a entender que la decisión de estos disidentes de retornar a las armas no se da por razones ideológicas sino por su vinculación con el narcotráfico. Con el apoyo de Maduro en Venezuela y al igual que el ELN, este grupo comandado por Márquez aparentemente no ha podido frenar la codicia que representan las rentas ilegales del tráfico de drogas.
Aunque Duque tiene en parte razón, no reconoce que el proceso de paz, desde que asumió el mandato como Presidente, ha sido una decepción. Incluso él mismo, en plena sintonía con su mentor el ex presidente Álvaro Uribe, ha puesto en riesgo el proceso con decisiones desacertadas. Los grupos paramilitares siguen haciendo de las suyas. No ha habido reacciones contundentes del gobierno colombiano para frenar el asesinato de líderes sociales. El proceso de reforma rural y acceso a la tierra de un gran número de desplazados no avanza. La puesta en marcha de la justicia transicional ha sido lenta…
A más de ello no puede tampoco ignorarse la proyección y fuerza que puede alcanzar este nuevo grupo disidente liderado por alias Iván Márquez y otros comandantes. La experiencia adquirida en los últimos años, el financiamiento proveniente del negocio de las drogas, los nexos con los carteles mexicanos, el apoyo de la dictadura venezolana, así como la visión ideológica y estratégica, puede darle otra dimensión al conflicto colombiano. Es cierto que las fuerzas armadas colombianas son una de las mejores de la región. El apoyo recibido en los últimos años de parte de los Estados Unidos en entrenamiento y armamento ha sido importante. Las FARC, por su parte, también tienen doctrina, experiencia en el uso de las armas y medios. Sin embargo, el problema, para mi forma de ver, no es no es militar sino político.
En consecuencia, pese a que se suele decir que el proceso de paz es por demás complejo y extenso y el gobierno del presidente Duque dice que hace esfuerzos para cumplir los compromisos a los más de ocho mil excombatientes de las FARC, éstos no se han cumplido en su totalidad.
Da la impresión que la guerra interna en Colombia es un gran negocio y no les conviene solamente a cierta disidencia de las FARC sino a algunos sectores de la sociedad. Esperemos que este anuncio de Márquez sea un llamado de atención al gobierno de Duque y que la hoja de ruta trazada no termine por socavar el proceso de paz.
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