Si en algo somos expertos los ecuatorianos es en grandes movilizaciones de masas y en derrocamientos de presidentes. Nuestra historia política está plagada de cuartelazos, sublevaciones, “revoluciones”, golpes de estado, destituciones pacíficas y violentas a presidentes. Entre 1930 y 1940 tuvimos 14 gobiernos, encargados del poder y dictadores. En el pasado reciente entre 1996 y 2005 echamos a varios presidentes en jornadas épicas.
Según la mentada experiencia, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XX, deben juntarse varios elementos para que los derrocamientos sean exitosos: 1. Repudio popular al pésimo gobierno. 2. Políticos agenciosos listos “a pescar en río revuelto”. 3. Inconformidad de uno o varios sectores influyentes de las élites. 4. Apoyo de FFAA a favor de un nuevo gobierno, y 5. Aval de cierta poderosa embajada. Sin embargo, de los señalados, dos factores fueron decisivos, sin los cuales no se realizaron derrocamientos victoriosos: apoyo de los militares y aval extranjero, por más poderosa que haya sido la ola popular inconforme.
Otro aprendizaje de la historia es que el pueblo insurrecto pone la gente en las calles, los sacrificios, presos, heridos y muertos, y, al final del día, algún “agencioso político” se alza con el poder, y tras él algún sector de las elites, comienza a usufructuar del nuevo orden. Las agendas populares transitoriamente son tomadas en cuenta, y en poco tiempo los nuevos gobernantes, las dejan de lado, para viabilizar las suyas. Así, “a rey muerto, rey puesto”, en el fondo, nada ha pasado, el poder sigue intacto, con algunas pequeñas modificaciones.
También la historia enseña que existen autogolpes, y que los gobiernos se caen por ineficientes, represivos, ignorantes la realidad y por no escuchar las grandes necesidades sociales. Se caen por sus propios errores: “Me precipité sobre las bayonetas” dijo alguna vez Velasco Ibarra, reconociendo este hecho. En fin, ¿algún día se romperá este círculo vicioso de nuestra historia?