La osadía de Hernán Cortés al quemar o hundir los barcos para eliminar la tentación de volver atrás, se ha repetido y se repite muchas veces; el primero fue Alejandro Magno hace dos mil años cuando pidió a sus soldados que miren los barcos en llamas para decirles que la única manera de regresar era en las naves del enemigo después de derrotarlo. Es una especie de regla de conducta para caudillos desesperados. Imposibilitados de considerar la idea de la derrota, inseguros del éxito de la misión que han emprendido, amenazados por la indecisión de sus seguidores, queman las naves para obligarse a seguir adelante.
La revolución ciudadana está quemando las naves. Cuando intenta dictar leyes confiscatorias, quema las naves delatando la tendencia estatista y el irrespeto a la propiedad y la iniciativa privadas. Cuando incauta el ahorro privado de los maestros y retiene los recursos de los jubilados, quema las naves poniendo la necesidad de recaudar recursos para el Estado por encima de los derechos de los ciudadanos. Cuando pide al Canciller que organice una fuerza de choque de 10 mil partidarios dispuestos a movilizarse en cualquier momento para “defender la democracia”, quema las naves, revelando que está dispuesta a seguir el camino andado por Venezuela.
Cuando la mayoría oficialista de la Asamblea aprueba una resolución de rechazo a las marchas contra el Gobierno o se autoimpone la ley mordaza, quema las naves dejando al descubierto que se siente más representante del Ejecutivo que del pueblo que eligió a sus integrantes. También queman las naves cuando dicen que vivimos un proceso de golpe blando, de calentamiento de las calles y que se quiere provocar pánico financiero, porque exacerban los ánimos dejando en claro que no están dispuestos a introducir cambios en su modelo económico ni en su estrategia política; han llegado a la conclusión de que es mejor profundizar la revolución que hacer correcciones.
¿Qué puede significar “profundizar la revolución” si ya tienen la mayoría sumisa en la Asamblea, la vigilancia de la justicia desde el Consejo de la Judicatura, el control del Consejo de Participación Ciudadana integrado con siete exfuncionarios, el silencio de los organismos de control? Es el momento de la apuesta final; la revolución ciudadana se ve precisada a quemar las naves porque no está segura de desear su destino, pero no tiene otro; no confía en la fidelidad de sus fieles y se ve forzada a plantearles lo que los españoles llaman órdago, apostar todo, y nosotros reemplazamos con esa expresión desesperada: ¡suerte o muerte! La revolución ciudadana mantendrá la lealtad y la disciplina de los suyos, pero solo porque no tienen alternativa.
Así suele ser el destino de las revoluciones y de los revolucionarios, terminan dudando de la causa que persiguen y andando porque no pueden detenerse.