El sorpresivo resultado del plebiscito que se efectuó en Colombia el domingo pasado ha producido toda una avalancha de conjeturas sobre quiénes fueron los reales ganadores, quiénes son los amplios perdedores, y cuáles serán las consecuencias que tendrá este proceso en las futuras negociaciones de paz.
Aunque duele aceptar un resultado que no concluyó con la tan ansiada paz, más allá de lo apretado del triunfo electoral y de la especial consideración del enorme ausentismo, lo peor que le pasó a Colombia es tener como el triunfador del plebiscito a Álvaro Uribe, y junto a él, o más bien detrás de él a todos los que siempre se opusieron a negociar con las FARC porque se trataba de terroristas y criminales (que en efecto lo han sido), a los que se debía “exterminar”, “arrasar en el campo de batalla” o, al menos, “recluir en un calabozo de por vida”.
Todos estos términos entrecomillados los leí esta semana en la prensa y en las redes sociales.
Es claro que los grandes ganadores del plebiscito, aunque por esa estrecha e insólita mayoría, son los que han suscrito desde hace tiempo la teoría belicista de Uribe, la teoría de la no negociación, la teoría de la guerra. Y aunque estos días el expresidente, con su reconocido cinismo, se ha presentado como el adalid de la renegociación del acuerdo y le ha dicho al pueblo colombiano que quiere la paz y que hay que cambiar el rumbo, una vez que se siente a la mesa con su actitud de halcón, su sonrisa retorcida y sus ansias castigadoras, imagino con terror que no se logrará ningún tipo de concertación.
Por otra parte resulta comprensible la reacción de ese segmento de votantes que, representando a las víctimas del conflicto, al dolor y a la sangre que derramaron sus allegados, votaron por el No porque consideraban que el acuerdo alcanzado no solo consolidaba la impunidad de los asesinos, sino que además les concedía prebendas exorbitantes. Nadie puede reprochar ese voto, pues solo los que sintieron en carne propia la violencia, los que se estremecieron con el estruendo de las bombas o los que sufrieron la pérdida de sus seres queridos son capaces de entender que el perdón no se consigue por decreto, peor aún con chantajes o imposiciones.
Loable es también la decisión de los que, habiendo sufrido personalmente la furia de las FARC, en un acto de generosidad y humildad conmovedores, de un verdadero sentimiento de amor por su patria y de una franca aspiración por lograr la paz, fueron compasivos con sus victimarios y dijeron sí.
Respeto la opinión de los que creyeron sinceramente en aquello de “la paz sí, pero no así”, pero pienso que, aun a pesar de haber estado imbuidos de las mejores intenciones, terminaron haciéndole el juego a los que solo anhelan seguir en guerra porque, de la forma más perversa y egoísta, alimentan con ella sus proyectos políticos personales y en muchos casos también sus billeteras.
Sí, ganó Uribe, sin duda, y me temo que perdió la paz.