En la marea de reacciones internacionales sobre lo que acontece en Libia, el Ecuador ha quedado en el bando de los que se solidarizan con el régimen de Gadafi. Las reacciones han sido diversas: los que reconocen al Consejo Nacional de Transición y apuestan por la nueva era política en Libia, como Estados Unidos y la mayoría de los países europeos; o los que denuncian la operación como obra del imperialismo y su sed de petróleo, como Venezuela, Nicaragua o Ecuador. Un amplio sector de países ha preferido un discreto silencio, como Brasil, que se ha declarado expectante de las decisiones de las Naciones Unidas. Ninguno de los países árabes se ha solidarizado con Gadafi, y la región completa está atravesada por procesos democratizadores en lo que se ha llamado la ‘Primavera Árabe’.
¿Qué identifica al Ecuador con un régimen de este tipo? Lamentablemente las similitudes abundan, más allá del hecho de tratarse de países dependientes del petróleo. El caudillismo de Chávez se inspiró fuertemente en el modelo de Gadafi: el discurso antiimperialista y veladamente pro-terrorista; la retórica pan-africana, que se tradujo como bolivariana en nuestro continente; un modelo político hiperparticipativo que termina consolidando la dominación del líder carismático. Todos los procesos latinoamericanos surgidos a la sombra de Chávez presentan muchas de estas características.
Las posturas políticas de estos actores y su abierta o velada defensa de Gadafi demuestran cómo las lecturas ideologizadas pueden alejarles peligrosamente de la comprensión de la realidad. Reducen todo a intereses geopolíticos de potencias que buscan asegurar sus fuentes de energía en un contexto de profunda crisis financiera.
Pero dejan de lado lo más importante: que por primera vez en esta parte del planeta, los pueblos están siendo movidos por demandas de democratización que han hecho tambalear tanto a regímenes nacionalistas y “revolucionarios” como a monarquías.
Por eso, la posición del régimen de Correa se presenta problemática: alinearse con un régimen caracterizado por sus acciones autoritarias, por perpetuarse en el poder durante décadas, por usar los abundantes recursos públicos para ubicar a parientes y aliados cercanos en posiciones de poder y fortuna ilimitados, no es fácil de explicar. El argumento de la guerra imperialista por el petróleo de Libia puede contentar a viejas militancias ancladas al “prestigio” del bloque soviético en la Guerra Fría, pero resulta muy riesgoso en un escenario político como el ecuatoriano, donde la defensa de la democracia y de los derechos humanos es una corriente que arrastra cada vez más a amplios sectores, justamente como reacción a la imposición del modelo autoritario impulsado por el Régimen.
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