Gadafi ha sido el dictador islámico más cercano a América Latina y uno de los más perniciosos.
Su estrecha relación con Hugo Chávez acaso explique el saqueo a la residencia del embajador venezolano en Trípoli, Afif Tajeldine. Probablemente los antigadafistas buscaban pruebas de presuntos pactos ocultos entre ambos coroneles.
Sin embargo, no es la primera vez que algo así ocurre. En 1992 Gadafi ordenó a sus partidarios asaltar y quemar la Embajada venezolana en Libia para vengarse por las sanciones impuestas por la ONU contra el país por no entregar a unos terroristas que destruyeron en pleno vuelo un avión de Pan American por encargo de su gobierno.
Diego Arria, diplomático venezolano, presidía entonces el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Gadafi es uno de los peores criminales de la historia contemporánea.
Como en Cuba, creó comités de revolucionarios para espiar, perseguir, torturar y matar a los opositores. Además de robarse el patrimonio de los libios para su provecho personal.
Dadas sus ínfulas de líder mundial, se alió a Egipto y a Siria intentando destruir a Israel, pero luego atacó a Egipto, a Chad y a Tanzania. Dentro de ese esquema expansionista redactó el Libro verde -panfleto fascistoide- con el que pensaba cambiar la historia política e imponer su ridículo evangelio urbi et orbe.
Asimismo, fundó un Centro Revolucionario Mundial donde formó (o deformó) asesinos africanos como Charles Taylor y Jean-Bedel Bokassa, ambos acusados y convictos de genocidio. Simultáneamente adiestró y financió a grupos terroristas -el IRA irlandés y las Brigadas Rojas italianas-, mientras estrechaba vínculos con los sandinistas nicaragüenses y las narcoguerrillas de las FARC.
Este recuento intenta señalar la retorcida moral de los amigos de Gadafi en América Latina.
¿Cómo es posible que el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, defienda a este tirano con la peregrina teoría de que su gobierno es solo otra expresión distinta, pero legítima, de gobernar? ¿Quién puede creer en la voluntad de rectificación de Daniel Ortega, si hoy, cuando los libios tratan de sacudirse de encima a este criminal, el presidente nica, junto a Hugo Chávez, hace lo indecible por mantenerlo en el poder?
En inglés llaman litmus test a una pregunta cuya respuesta define la verdadera posición moral o intelectual de la persona con relación al hecho en discusión.
Pues bien, Gadafi -como Hitler o Stalin en su momento- es para los latinoamericanos un litmus test o prueba determinante. Podemos presumir cómo es el carácter y la estructura de valores de quiénes lo aprecian y defienden.
Podemos imaginarnos, no sin cierto horror, de lo que son capaces. Es tristemente cierto: dime con quién andas y te diré quién eres.