La pasión por la Tricolor no pudo expresarse este año, pero eso no quiere decir, ni de lejos, que las emociones no se hayan desbordado en las transmisiones locales del campeonato que se juega en Sudáfrica. En estas eliminatorias, el protagonista de la furia mundialista es el Gobierno, que ha mostrado sin ambages de lo que puede ser capaz su aparato de propaganda.
¿Qué ha despertado esta furia mundialista que cuesta un millón de dólares? Seguramente no es la campaña realizada por los medios escritos en la cual se abogó por un país libre para opinar, pensar, soñar, proponer, trabajar, producir, crear, crecer, expresar, informarse; por un país libre de delincuencia, escándalos, corrupción, violencia, inseguridad, insultos y abusos.
Responder con una campaña sucia y negativa en la cual, como siempre, se habla de “ellos” sin tener el valor de poner nombres y apellidos, es absolutamente desproporcionado. Una respuesta con acusaciones vagas pero de afirmaciones tan fuertes en las que se acusa de robar, mentir, negociar derechos y ejercer la dictadura de los medios, muestra una prepotencia sin límites que además busca acallar cualquier voz o pensamiento distintos.
En cuanto a la campaña, en verdad no hay mucho de qué sorprenderse. Los autores intelectuales y materiales se forjaron en fraguas socialcristianas y bucaramistas en las cuales hicieron piezas publicitarias casi tan buenas como las que marcan su consagración profesional y económica actual. Salvo que hoy están al servicio de la “revolución ciudadana” y que blanden las espadas, ya no para publicitar a una empresa o mercadear una candidatura, sino para vender verdades absolutas de un gobierno intolerante.
Lo que queda por descubrirse es la motivación íntima de esta arremetida. ¿Por qué el Presidente pierde la cabeza por un editorial que pregunta por las condiciones del financiamiento del proyecto Coca-Codo Sinclair, y considera, al igual que sus funcionarios, que los medios debieran limitarse a reseñar que se trata de la obra de infraestructura más importante de la historia ecuatoriana?
Fue él mismo quien puso dudas sobre esas condiciones cuando dijo, al comienzo de las negociaciones, que eran peores que las del FMI. El país tiene que saber, aparte del alto interés anual fijado, qué beneficios obtuvo China para hacer sus negocios en el Ecuador, dentro del concepto de comercio exterior que maneja este Gobierno y que incluye relaciones financieras, políticas y de intercambio pero que, paradójicamente, reivindica al mismo tiempo principios soberanos.
El país debe también saber todos los detalles sobre las grandes negociaciones de proyectos energéticos y de infraestructura. Y lo sabrá tarde o temprano, por encima de la falta de transparencia y de fiscalización sobre la contratación pública, y por encima de esta inusitada y sospechosa furia mundialista.