Columnista invitado
La crisis política en Brasil, cuyo origen es la corrupción que se viene descubriendo -cada vez con más indicios de verdad-, gira alrededor del financiamiento de actividades políticas por grandes empresas brasileñas de construcción.
Si bien el inicio de las investigaciones fue la compra de votos en el Congreso para la aprobación de leyes que le interesaban al Gobierno, lo más grave está desnudándose con la condena de los personeros de esas empresas.
A través de Petrobras, el gigante petrolero , se han desviado millonarios fondos para contratos que incluían un porcentaje para financiar las actividades de casi todos los políticos. La financiación de la actividad política ha sido, en todo el mundo, el conflictivo inicio de procesos de corrupción que han terminado con más de un partido y más de un líder político.
Pero lo que está pasando en Brasil tiene connotaciones mayores al estar involucrado quien ha sido considerado como un emblema, por la superación de sus orígenes humildes, su perseverancia y buen gobierno. Lula desarrolló al Brasil y mantuvo políticas sociales que sacaron de la pobreza a 28 millones de brasileños.
No es el mismo caso de otros dirigentes que terminan su gobierno con evidentes signos de corrupción que no de servicio desinteresado. No extraña, por lo mismo, que gobernantes frívolos como los Kirchner estén pasando problemas por evidencias de los más truculentos manejos para enriquecerse: las imágenes degente allegada contando billetes que según gente cercana se almacenaban en bóvedas identificadas y el incremento patrimonial de la pareja presidencial no admiten mayores consideraciones.
Así como las fortunas imposibles de disimular de parientes cercanos del coronel Chávez, cuyas políticas e irresponsabilidad son los responsables iniciales de la tragedia que vive Venezuela, de la que Maduro no es sino un actor de primera fila.
No es suficiente, ni convincente, achacar como estrategia de la “restauración conservadora” -de la que tendrán que responsabilizarse los que con su mal comportamiento la hacen posible-, lo que está pasando en varios países cercanos.
El involucramiento del expresidente brasileño con acusaciones de tráfico de influencias, aunque posteriores al término de su mandato, tienden un manto de sospecha respecto de su comportamiento, que están más allá de las intenciones políticas que, sin duda, buscarán hacerle daño.
Él no puede dejar la más mínima de las dudas sobre la rectitud de sus procedimientos, antes y después del ejercicio del gobierno. Aclarar las acusaciones, con transparencia, es su obligación ante millones de personas que dentro y fuera de Brasil creímos en él. No hacerlo constituiría, para todos, un caso de enorme frustración.
En quién se puede confiar si un hombre de esas características falla éticamente, será la reacción inevitable.El poder acumulado alienta la corrupción. Y la corrupción termina con toda ilusión y esperanza.