No es necesario remontarse a la historia del Imperio Otomano para resaltar la importancia que en todo sentido ha adquirido la Turquía moderna hasta constituirse en la actualidad en una potencia regional clave. Su ubicación estratégica entre Europa y Asia, su cercanía a lugares de conflicto mundial, su desarrollo económico y tecnológico, su mercado, su capacidad financiera, su pertenencia a la OTAN, hacen de Turquía un país relevante para el Ecuador.
Turquía, con esta renovada capacidad, se ha volcado desde hace 10 años hacia América Latina para reforzar su presencia en el mundo. Con ese fin, el presidente Erdogan ha visitado algunos países de la región en los últimos años. La primera semana de febrero estuvo en Chile, Perú y Ecuador. En estos dos últimos por primera vez.
Es positivo que el Presidente de una potencia que ofrece significativas posibilidades de inversión y comercio nos visite. Cierto es que el liderazgo de Erdogan es cuestionado por sus excesos contra los derechos humanos, tema que debió ser abordado en las conversaciones por parte del Ecuador, pero una mayor vinculación con Turquía nos interesa.
Precisamente, por este cuestionamiento, su visita al Ecuador debió haber sido programada con mayor tino político, por tratarse de un personaje polémico, por decir lo menos,
para evitar los condenables acontecimientos producidos por su guardia personal en el IAEN. Las asistentes tenían pleno derecho de expresar su desacuerdo, sin atentar físicamente contra Erdogan, y la seguridad turca limitarse a proteger a su presidente. De ninguna manera agredirlas como lo hicieron.
Pero, ¿cómo pudo ocurrírseles a los organizadores de la visita, se supone que la Cancillería, la presentación pública en un escenario poco propicio, del presidente Erdogan, cuyo rechazo en sectores de la opinión pública ecuatoriana y mundial es conocida? El programa debió reducirse a los actos protocolarios, usuales en la visita de un Jefe de Estado, a las negociaciones pertinentes, a la suscripción de los acuerdos, a una reunión con empresarios ecuatorianos y punto.
La actuación de la seguridad de Erdogan fue inaceptable y debió ser condenada de inmediato por el Gobierno. La seguridad de los jefes de estado que visitan otro país corresponde al estado anfitrión. Cuando el Presidente Correa se desplaza al exterior es la seguridad del país que lo recibe la responsable durante su permanencia. Nuestro Presidente lo sabe y lo debería saber la Cancillería. Lamentable epílogo a una visita que pudo tener, y aún espero que tenga, beneficios para el Ecuador.
PS. Termino estas líneas expresando mi solidaridad con el periodista Andrés Carrión por las “fuerzas ocultas”, que todos sabemos cuáles son, que cesaron su cortísima presencia en las pantallas del nuevo canal Televicentro.