De algunos años a esta parte el Ecuador vive en un maniqueísmo perverso. Las políticas, las obras, las declaraciones, toda manifestación política o pública en general proveniente del Estado, en sus diferentes funciones, pero en particular del ejecutivo, y también de buena parte de la oposición, están cargadas ya sea de un optimismo excesivo o de un negativismo desmedido que llevan a una recíproca descalificación. Todo es bueno o malo, negro o blanco, valioso o insignificante. No se aceptan términos medios ni tampoco matices a las ideas o a las propuestas que vengan del otro, son criterios absolutos que no admiten cuestionamientos.
¿De dónde y porqué ha aparecido este ambiente tan intransigente y tan poco constructivo? No me equivocó al decir que el mayor responsable es el gobierno y su actitud innecesariamente provocadora que ha encontrado una respuesta en sectores contradictores o afectados por las decisiones del oficialismo.
La paradoja es que de este maniqueísmo resulta afectado el propio gobierno que lo provoca. Hace pocos días, por ejemplo, el Presidente de la República inauguró el muy importante proyecto hidroeléctrico de Sopladora, considerado como el tercero en importancia en el país y que proveerá con el 13% de la demanda nacional de energía eléctrica y que tomó cinco años construirse y entrar en funcionamiento. ¡Quién puede dejar de ponderar la culminación de una obra de semejante dimensión!
Con tanta confrontación maniquea, con las Fuerzas Armadas, con la UNE, con la prensa, con las universidades, este trascendental proyecto, que impulsará la producción, debió merecer mayor atención y reconocimiento por parte de la sociedad, de los medios, incluyendo los gubernamentales, y de todos quienes nos beneficiaremos de su funcionamiento. Poco se dijo y poco se comentó.
Se dice que Sopladora permitirá ahorrar 280 millones anuales como resultado de que ya no será necesario importar combustible y que cuando se terminen, en 2017, los ocho proyectos que están en construcción tendremos energía de sobra. Se afirma también que el gobierno se verá obligado a concesionar el 5% del total de la energía y que guardará el resto para control estatal. Son, sin duda, buenas noticias. Pero nada de esto nos satisface o nos estimula por que se ha llegado a tal nivel de maniqueísmo en que nada es bueno y todo es malo o lo contrario.
En otras circunstancias políticas y económicas Sopladora habría sido saludada por todos, aplaudido el gobierno y sus ejecutores. Pero no, pasa casi desapercibida por el enfrentamiento político al que nos ha llevado el propio gobierno y una parte de la oposición ciega.
¿Será mucho pedir que el gobierno deje la confrontación por el país y por su propio beneficio?