Si tuviera que resumir el largometraje Alba, de la directora ecuatoriana Ana Cristina Barragán, diría esto: “Una película de pocas palabras, diálogos breves, pero repleta de mensajes que abordan los tópicos más desgarradores de la sociedad: la soledad y la incomunicación”. Los cines de Quito estrenaron durante el reciente feriado el primer filme de la joven directora Barragán. Lo único que se conocía de ella es que antes del largometraje había incursionado en el género de cortometraje y que su primera película tardó cinco años en ser presentada por lo complicado de conseguir auspicios.
Superado ese primer escollo es muy probable que las dificultades a futuro sean menores porque su largometraje ya comenzó a recibir importantes premios internacionales y se coloca en un lugar expectante en el cine latinoamericano. Ya obtuvo un premio en Colonia, Alemania, y seguramente vendrán otros importantes festivales donde tendrá que concursar.
Debía decir primero que no me considero un crítico de cine, por eso comencé con la síntesis de lo que me pareció desde el entendimiento de un espectador tradicional, que acude a las salas en una búsqueda de entretención, diversión y, en menor grado, en aquello que a uno le hace pensar o mirarse en el espejo de la realidad que muchas veces no la advertimos o simplemente cerramos los ojos. Ana Cristina usa el recurso del silencio, muestra lo que es preciso y revela mediante escenas elocuentes el lado oculto de la sociedad. Para un espectador común pudiera resultar largo el silencio inicial o la escasez de diálogos, pero luego se entiende mejor porque ese es precisamente el propósito que logra transmitir la directora.
Fui al cine después de leer con mucho orgullo un reportaje del diario español El País ‘Alba hace brillar al cine ecuatoriano’. Ana Cristina Barragán expresa al periodista exactamente lo que muestra el filme: “Es un lugar (Ecuador) en el que hay muchas cosas por decir. Comparado a otros lugares que tienen muchísimos estímulos, siento que en Quito hay un silencio para la creación. Para mí fue bueno no tener tantas influencias y en ese silencio poder encontrar ciertas cosas propias”.
El silencio que relata Ana Cristina es el que desata el fenómeno de la incomunicación. Alba (Macarena Arias) es el nombre de la adolescente de 11 años, de padres divorciados que, por la enfermedad de su madre, le toca ir a vivir con el papá siempre ausente en su vida, Ígor (Pablo Aguirre) en un ambiente que denota miseria. Los prejuicios sociales están expresados en las actitudes de los personajes, en la introversión de la protagonista principal. No vi escenas exageradas y sí un adecuado uso del lenguaje, especialmente el que muestra la difícil pubertad. La fuerza del silencio, me parece, es uno de los principales logros de esta película ecuatoriana.