¿Feliz año nuevo?

En una carta de diciembre de 1869, Charles Eliot Norton escribió estas palabras: “Que nuestro período de economía de empresa, libre concurrencia e ilimitado individualismo represente el estadio más alto del progreso humano es más que dudoso; a veces, cuando considero el presente orden social europeo (para no decir nada del americano), dañoso igualmente para las masas altas y bajas, me pregunto si nuestra civilización sobrevivirá a la acción de fuerzas confabuladas para destruir muchas de las instituciones que encarna, o si no habremos de pasar por otro ciclo de decadencia, caída, destrucción y renacimiento, como el que se produjo en los trece primeros siglos de nuestra era, y no me entristecería en exceso que así fuese. Nadie que de verdad conozca lo que es la sociedad en nuestra época puede creer que merezca la pena conservarla sobre los fundamentos actuales”.

Norton no era ningún comunista ni un fanático disolvente; por el contrario, su pensamiento estuvo fuertemente influido por el idealismo y puede considerarse como uno de los más notables entre los que se inscriben en el amplio espectro del liberalismo de su tiempo. Amigo de Carlyle, Ruskin, Longfellow y Emerson, fue considerado como el espíritu más refinado de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX; y aunque se distinguió como un reformista social progresista, lo más valioso de su producción fueron sus comentarios a la obra de Dante. Tradujo la “Vita nuova” y la “Divina Comedia”, y profesó en Harvard la cátedra de historia de arte que fue creada para él.

Es precisamente esa personalidad intelectual y social la que da fuerza a sus palabras. Leídas al cabo de 150 años de haber sido escritas, parecería que se las hubiera escrito ayer. O mejor: que se las hubiera escrito hace diez años, porque los días que estamos viviendo tienen todo el aspecto de una decadencia. Paradójica decadencia, desde luego, porque el deslumbramiento de los nuevos inventos nos ha llenado de entusiasmo, abriendo ante nosotros un universo imaginario que nos parece real. Pero, si lo pensamos bien, allí mismo está el secreto de nuestra decadencia: enseñoreados en un mundo virtual, nos vamos desprendiendo del mundo real, y a tal velocidad, que ni siquiera tenemos tiempo para darnos cuenta de lo que nos está pasando. Por eso es tan valioso que un intelectual de prestigio liberal indiscutido nos toque el hombro para llamarnos la atención y nos diga: “Que nuestra época represente el estadio más alto del progreso humano es más que dudoso…; nadie que de verdad conozca lo que es la sociedad en nuestra época puede creer que merezca la pena conservarla sobre los fundamentos actuales”.

Será bueno recordarlo en estos días, cuando las calles y los centros comerciales se llenen de una multitud que repite mecánicamente ¡Feliz año!, mientras acalla la angustia de los créditos impagos con el espirituoso contenido de los frascos adquiridos con dinero que no tiene.

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