La palabra feria puede entenderse de varias maneras. La peor que podamos encontrar en el diccionario es, sin duda, la aplicable a la feria que ha empezado a desarrollarse ahora mismo, con miras a las elecciones seccionales del próximo año.
Las ferias, por su propia naturaleza, son multitudinarias. Como en el Ecuador hay centenares de partidos y movimientos políticos, nacionales, provinciales y hasta parroquiales, y todos están obligados a presentar candidatos, la feria electoral ha comenzado su andadura con una muchedumbre de feriantes.
Los ciudadanos apenas conocemos sus nombres, no sabemos de dónde llegan ni a quien representan ni qué pretenden. Tampoco les podemos preguntar por su ideología, pues esta no tiene importancia. Eso sí hablan bastante, a veces a gritos, se increpan unos a otros, utilizan en ocasiones las palabras más gruesas. Buscan los mejores lugares, por si acaso las cámaras de televisión logren enfocarlos, aunque sus teléfonos les servirán para difundir sus privilegiadas imágenes.
Los ardides propios de un mercader de feria han aparecido ya, cuando los llamados líderes de partidos y movimientos han tratado de demostrar que los candidatos fueron designados en “primarias”, que nunca se realizaron. Tampoco conocemos, aunque sospechamos, las secretas razones por las que los escogieron.
Pero, claro, feria es sinónimo de mercado. Y en esta, las ofertas están al orden del día. Se trata de un baratillo en que no hay nada divino o humano que no pueda ser negociado.
Tal panorama nos lleva a preguntarnos, no solo por la calidad de los dirigentes políticos, sino también por la ley que regula los procesos electorales, que decimos son la esencia de la democracia, pero que los convierte en una feria con saltimbanquis y encantadores de serpientes incluidos.
Yes realmente inadmisible que se establezca un período electoral tan largo. Una feria de seis meses no la soporta nadie.