A quienes escapamos con las justas de los militares fascistas en 1973 la política chilena nos atañe directamente. Por eso volví en el 89 a celebrar el triunfo de la Concertación de centro izquierda que volteaba a medias la página de la dictadura pues se mantenía la Constitución del tirano y su modelo neoliberal. Hoy, la Concertación agoniza mientras el pinochetismo recobra fuerzas.
De allí que uno de los factores clave de la segunda vuelta será el miedo: el miedo al comunismo y el miedo al fascismo, esos fantasmas del siglo XX que todavía atemorizan a la gente. No en vano, la noche de su victoria, José Antonio Katz, el candidato de la ultraderecha, declaró, tajante, que esta era una elección entre “la libertad y el comunismo”, acentuando la polarización que hasta ahora le ha favorecido.
El otro finalista, Gabriel Boric, joven representante de diversas fuerzas de izquierda, habló de unidad y esperanza pero continuó deslindándose de sus aliados comunistas, ese torpe PC que aplaude la reelección de los Ortega-Murillo y es un lastre para su candidatura pues da pie para que la derecha lo pinte como socio del eje Nicaragua–Cuba–Venezuela.
Este duelo de fantasmas oscurece una situación llena de matices. Y de sorpresas como el outsider Franco Parisi, quien llegó tercero aunque hizo toda su campaña por redes sociales desde EE.UU., en onda pueblo contra élites. Sus votantes, en su mayoría hombres jóvenes de clase baja y media-baja, hartos de los políticos y la división izquierda–derecha, son apetecidos por ambos finalistas. Pero Parisi, quien dice practicar una democracia digital directa, declara que es muy difícil que la ultraderecha gane y peor aún que pueda gobernar Chile.
Al igual que Trump, Katz, hijo de un oficial del ejército nazi, triunfó ampliamente en los sectores rurales y tradicionales, pero, en lugar de un muro, plantea cavar una zanja en la frontera para frenar a los migrantes. Sus ideas xenófobas, antiaborto, catolicismo rancio, mano dura, prometen orden y seguridad a un sector de la sociedad que vio aterrada cómo las protestas derivaban en incendios de iglesias, edificios y estaciones del Metro. Y que no sabe qué pasará con la nueva Constitución.
En las tres semanas que faltan, ¿podrá la nueva izquierda chilena, que ya ha recibido el respaldo de viejos patriarcas como el expresidente Lagos, convencer a los votantes del centro político que no es violenta ni autoritaria y puede garantizarles seguridad con crecimiento económico y defenderlos de la ultraderecha? El peligro de un retroceso en los derechos y libertades, ¿empujará a votar a cientos de miles de jóvenes digitalizados que anhelan un futuro más equitativo que el ofrecido por el neoliberalismo? ¿Podrá el fantasma de Pinochet reagrupar otra vez en las urnas a la mayoría de los chilenos y fortalecer la democracia?