El paso a un nuevo año nos mueve al optimismo; más aún cuando el viejo estuvo marcado por una desventura de dimensiones universales, la del covid 19, que ha dejado en el mundo tantas pérdidas de vidas humanas y una grave crisis económica y social.
La razones convencionales para el optimismo con el cambio de un año a otro en el calendario aumentaron por el comienzo de la aplicación de las vacunas. No obstante, a riesgo de desempeñar el papel de aguafiestas, conviene advertir que tal vez se espera demasiado del año que comienza cuando aún se mantienen las amenazas para la salud, la recesión económica y una predecible inestabilidad política.
A pesar de que los países industrializados puedan inmunizar a buena parte de su población a lo largo de los próximos 12 meses, todavía perduran las incertidumbres en el área de la salud pública no solo en estos, sino sobre todo en los países pobres, que se hallarán lejos de favorecer con las vacunas a un alto porcentaje de sus habitantes. Tampoco se conoce a ciencia cierta cuánto durará la protección de las vacunas. ¿Será necesaria su inoculación de forma periódica? Al parecer tendremos todavía el virus por largo tiempo entre nosotros, con la eventualidad de nuevas cepas, como las que se detectaron en Gran Bretaña y se han regado ya en otras naciones.
Ensombrece también las expectativas para el nuevo año la recesión económica, con sus secuelas de pérdidas de empleo, aumento de la pobreza, deterioro de la educación y la salud y demás negativas consecuencias sociales…
La contracción económica de América Latina en 2020 será de un 8% y con ella se sumarán 40 millones de personas más a los grupos bajo la línea de la pobreza. La pandemia ha dejado al descubierto, con su impactante crudeza, la abismal desigualdad y la incontrolada corrupción en nuestras sociedades.
Estos hechos han generado desconfianza y escepticismo y revelan los riesgos de desequilibrio político y reacciones de violencia. El aumento de la pobreza es tierra abonada para el fácil surgimiento de los demagógicos liderazgos populista, sea de izquierda o de derecha.
En el caso del Ecuador, las elecciones de febrero definirán no solo el curso del nuevo sino de los siguientes años: o sucumben los oídos de las mayorías al baratillo de nuevas ofertas populistas o se enrumba el país hacia una repuesta democrática para enfrentar la crisis económica, la creciente pobreza y desigualdad y para conciliar la lucha contra la pandemia y la urgencia de crear puestos de trabajo y reactivar la producción.
¿Será 2021 un mejor año? Sí, pero a condición de que, con un optimismo realista y no enceguecidos por las promesas mesiánicas del populismo, elijamos con responsabilidad un nuevo gobierno confiable y renovemos la Legislatura de forma coherente con esa crucial decisión.