En los comicios de Brasil el margen del triunfo de Bolsonaro, exmilitar de controvertidos pronunciamientos, pone nuevamente en la palestra la reiterada práctica de los latinoamericanos de entusiasmarse, de tiempo en tiempo, por los personajes que irrumpen en la política ofreciendo transformarlo todo, encajando en ese sentimiento de abatimiento popular que busca desesperadamente un cambio profundo de todo lo hasta ahora conocido, simplemente porque, en su criterio, nada de lo que han experimentado les ha brindado una solución verdadera de sus precarias condiciones de vida. Apuestan a un salvador, a un individuo que en base a un discurso desafiante logre establecer un punto de conexión con los votantes, quienes de su parte confían una y otra vez que han encontrado al ansiado enviado, que va a materializar el proyecto que concrete sus aspiraciones. Los ha habido de todo sesgo; y, finalmente, sienten que les han fallado. Pero aquello no les impide ejercitar nuevamente actos de fe, con la esperanza que en esta ocasión acierten. No reparan que precisamente el optar por advenedizos, que una vez que llegan al poder demuestran sus verdaderas intenciones, constituye parte del problema y que sus gestiones improvisadas o contrarias a todo aquello que significa estructurar adecuadamente una nación, es la vía perfecta para mantenerse y hundirse en el subdesarrollo, con lo que el escape de la pobreza de las capas más necesitadas toma más tiempo y las condiciones de vida de la población en general se deterioran ostensiblemente.
El caso de Brasil es patético. Constituye la novena economía mundial, pero agobiado por una profunda crisis de valores, sigue sin poder transformarse en una nación de primer nivel que forme parte del grupo de los países desarrollados. En los últimos comicios se enfrentarán dos opciones: la que representa al ex-líder obrero que contribuyó a extender una red mafiosa en la mayoría de los países del continente, para que su empresa insignia a punta de sobornos sea favorecida con contratos multimillonarios, que anegaron de inmundicia los suelos por donde pisaron; y, por otra, la que encabeza un caudillo que realiza pronunciamientos controvertidos que ponen en duda su compromiso con los principios de la democracia.
Al parecer el segundo de los señalados tiene quizá pavimentado su acceso al poder. Sólo una estrategia equivocada le haría perder la posibilidad de convertirse en el próximo presidente de los brasileños. Si bien algunos sectores han reaccionado favorablemente, un ambiente de incertidumbre se cierne sobre el futuro del gigante latinoamericano. Lo que resuelvan los brasileños a fines de este mes influirá, a no dudarlo, en el derrotero de los próximos años de América Latina; a eso se suma que México está a las puertas de que asuma un nuevo gobierno y Argentina preparándose para ir a las urnas el próximo año. Cambios que dejarán su impronta en la Región en su conjunto.
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