Crecí entre compañeras y amigos de barrio en Lima. Cuando volví al Ecuador, empecé a enterarme de que había habido una guerra con el Perú, y a oír que los peruanos habían sido ‘el enemigo’. Me pareció extraño, dada mi propia experiencia.
Luego conocí a colombianos en el Ecuador que habían escapado de la violencia. Oí sus historias, su miedo, y los entendí. Me alegré con los niños que los reciben como cualquier otro compañero en la escuela, los dueños de casa y empleadores que les abren un espacio, los tenderos que los tratan amablemente, los vecinos que los consideran ‘una familia más’.
Hoy el movimiento humano está facilitado por el transporte, las transferencias, las comunicaciones, así que solamente va a crecer, no lo contrario. Para algunos será por una oportunidad de estudiar o seguir a alguien de la familia, para otros una triste obligación de las circunstancias.
La visión sobre quienes nos visitan hoy desde Venezuela se amplía al estar matizada con la dura experiencia de migrar. Tal vez no sugeriríamos que vuelvan por donde vinieron si tuvimos la experiencia del apoyo de una mano amiga cuando toda familia estaba lejos. ¿Es que algunos no son buenos? Siempre los habrá, y entre nosotros también. Si alguien de la provincia vecina resultó ir por el mal camino, no por eso condenamos a la provincia entera.
Frente a lo que nos desconcierta -como todo lo desconocido- surge la duda de cómo actuar. Un artículo de Béatrice Dalvaux en Le Soir, reproducido en El País, plantea disyuntivas ante los efectos de la llamada ‘crisis migratoria’ europea (pálido reflejo del número mucho mayor de refugiados que reciben los países en desarrollo). Espantados, los europeos ven el populismo volver: ‘el resurgir de un pasado terrible y el aterrador fracaso del “nunca más” que habían prometido a sus hijos. Ellos, cuyas madres sobrevivieron a los campos de concentración… no saben qué hacer para despertar a Europa ni cómo impedir que esos mensajes simplistas y egoístas vuelvan a seducir cada vez a más gente’, según Dalvaux.
Allá como aquí, en cada persona está la decisión de qué hacer y decir. Quienes practican una religión responderán de acuerdo a ella. Así lo hacen en el Ecuador ONGs religiosas que en estos últimos meses trabajan denonadamente para dar una mano, aunque sea pequeña por falta de fondos, a quienes hoy son los más débiles.
Quienes no son religiosos pueden regresar a los tratados de ética. Tras una clase de ‘Estrategia de acción y ética de la economía de mercado’ en Sciences Po oí decir a Fabrice Hadjadj, por quien conocí al filósofo Levinas, que la base de la ética es el amor. Un principio que podría interpretarse como ‘desapego de sí mismo por apego al otro’.
Cada uno puede erguirse como muro en la frontera, o reaccionar ante la exclusión. Darnos la mano a nosotros mismos al dársela a quienes la necesitan. Entender que somos los mismos.