Dadas las difíciles circunstancias de Colombia, bien puede considerarse que las dos vueltas de sus elecciones presidenciales, se cumplieron de manera apreciablemente pacífica. Luego del bochorno sufrido por las encuestas y los encuestadores, los resultados son ya de conocimiento público.
Vale decir que el ambiente político fue esta vez, muy diferente que hace 62 años, cuando según lo han descrito múltiples testimonios la “situación ardía hasta más no poder”.
Y eso no solo por las extremas tensiones de la política interna enfrentada entre ardorosos liberales y apasionados conservadores, sino también porque estaban reunidos en la capital colombiana los cancilleres de 21 países americanos -uno de ellos, el propio secretario de Estado norteamericano, quien era el general George Marshall-, entregados a la dificilísima tarea de tornar viable una nueva criatura, la que hasta ahora se llama la OEA, con todas sus posibilidades y también las limitaciones que han caracterizado a este organismo multilateral.
Mientras los conservadores ejercían el poder, a través del presidente Mariano Ospina Pérez, que podría ser catalogado de una línea moderada, los liberales más exaltados aunque perdedores en las elecciones previas, tenían un verdadero tribuno de la plebe a la usanza de la vieja Roma. Él se llamaba Jorge Eliécer Gaitán y era adorado por los colombianos más pobres, gracias primero, a su arrebatadora oratoria de barricada –solía decir: “Si avanzo, seguidme; si me detengo, empujadme; si retrocedo, matadme”–, también a su campaña contra la corrupción política y sus denuncias contra la oligarquía.
Por cierto entre los conservadores, no hay cómo olvidar el ala más dura, encabezada por el célebre parlamentario, Laureano Gómez, probable candidato del partido, ante los próximos comicios, lo que naturalmente agregaba otra carga de leña a la misma hoguera.
Pero antes del mediodía, el 9 de abril de 1948, mientras Gaitán se encaminaba a una reunión, un individuo disparó contra el político y le mató en plena calle. La multitud destrozó al asesino material y la noticia del crimen corrió con la velocidad de un rayo.
Enseguida comenzaron los saqueos, los asaltos, la quema de iglesias y edificios públicos. Las fuerzas del orden se emplearon a fondo en el intento de contener la anarquía, de modo que se saldaron estas jornadas con “el paisaje macabro de más de cinco mil víctimas”.
Desde entonces el estallido se conoció como “el bogotazo” y se le considera la más violenta explosión popular urbana de toda la historia de América Latina. Muchos abandonaron las ciudades y salieron a combatir en los campos. Con diversas formas, esa guerra interna no se ha detenido hasta ahora y lograr la paz, será el principal desafío del nuevo Gobierno de Colombia.