Cuando el fracasado modelo estatista se encuentra agotado y los escasos recursos permanentes apenas abastecen para pagar el inflado rol de la burocracia estatal y el abultado servicio de la deuda, voces desde todos los segmentos claman por una reconversión que atraiga inversión privada y que ocupe el lugar que durante la última época estuvo dominada por aquella de carácter público. Cuando hace cerca de dos décadas los organismos multilaterales de crédito dejaron de financiar directamente a los Estados para proyectos de infraestructura de envergadura, se consideró que los mismos podían ser llevados a cabo por empresas privadas que, inyectando sus propios capitales y a través de procesos de licitación transparentes, pudiesen obtener las concesiones respectivas recuperando su inversión en la explotación del servicio, con una ganancia proyectada de antemano. Con el advenimiento de los regímenes adscritos al populismo del siglo 21 se cambió la fuente de financiamiento y China pasó a ocupar un papel fundamental en la Región. El coloso asiático, asegurándose la participación de empresas de su nacionalidad, coparon la obra pública y los mandatarios de turno fácilmente se dejaron seducir por esos recursos que les permitía realizar obras de relumbrón y, como se va descubriendo, no pocas veces con precios elevados que permitían saciar esos apetitos venales de los funcionarios inmersos en esos viciados procedimientos. Así se desplazó al modelo diseñado para la intervención privada, copando todo el espacio lo estatal y disparando la deuda a niveles siderales.
Este mecanismo en el caso ecuatoriano, llegó a su cenit cuando al país se le acabó su capacidad de endeudamiento. Esto se refleja en el descenso en el Presupuesto del estado del rubro de inversión, que con respecto a años anteriores ha caído ostensiblemente. La consecuencia: una economía acostumbrada a la inyección de recursos públicos que experimenta un frenazo de consideración el momento en que estos últimos escasean y alcanzan para lo mínimo.
De ahí que nuevamente se abogue por lo privado. Pero no hay que olvidar que, si bien el esquema para atraer empresas que arriesguen sus capitales fue diseñado, en el papel, para que funcione de manera transparente, en ciertos casos se pervirtió. Las noticias de Argentina, en el caso de los cuadernos de las coimas, indican que recolectores de dinero recogían regularmente una porción de la recaudación de las vías concesionadas que tenía como destinatarios directos a los mandatarios de esa época del país austral. La corrupción se las ingenió para sacar partido de procesos que tenían como fin intentar erradicarla.
Con esos antecedentes y conocedores que la presión de políticos corruptos puede alterar notablemente las cifras de cualquier negocio, la inversión no llega. La desconfianza es demasiado alta; y, en ausencia de una justicia independiente y jueces libres de toda sospecha de favoritismo, nadie en sus cabales se aventura.