El “espía” de marras entró así: se hizo pasar por acompañante y conocido de cuatro personas a una reunión privada. Entró como Pedro por su casa. No se sentó en la mesa, se quedó a un lado, de pie. Tampoco habló media palabra. Era un hombre joven, de mediana estatura, tez trigueña, con saco de terno. No participó de la reunión, pero escuchaba atentamente. Asintió con la cabeza frente a algún comentario con el que parecía estar de acuerdo. ¡Y hasta se despidió amablemente y pidió un librito como obsequio! Grabó bajo la mesa. Luego de unos días, editó lo que le pareció “conspirador” o “escandaloso”, de una charla que no era ni lo uno ni lo otro. Puso subtítulos mal transcritos, lo colgó en YouTube con el seudónimo de “Ciudadano Legislador”, intentando demostrar lo indemostrable: ¡vaya conspiración! Y consiguió que no sé cuánta gente insulte, denigre, suelte el veneno que tiene en el ágora contemporánea, las redes sociales, donde los insultos son mayores que los que se gritan en un estadio cuando se pierde el juego y se lanzan los hinchas contra el árbitro.
Me gustan, personalmente, las novelas de espías, la novela negra, las series policíacas, los relatos de suspenso. Me gustan los personajes que inventa John Le Carré para fisgonear a los poderosos, a los zares de los grandes negocios, a las mafias, a los protagonistas de los grandes intereses económicos y políticos. Esos grandes espías de la literatura que tienen misiones secretas, cambian de identidad, fisgonean y se infiltran entre las marañas del poder, de la mañosería y del dinero. A pesar de las lecturas de novelas de espías, la ingenuidad, el despiste, la conciencia tranquila, el no tener nada que esconder, ni intereses que ocultar, ni militancias a las que obedecer, el hablar lo mismo tanto en público como en privado, hacen que resulte difícil desconfiar hasta de la sombra.
A la visita del espía vinieron los consejos: ve con cuidado, con los ojos bien abiertos. No andes sola. Ponte a buen recaudo. No hables con extraños (ni con conocidos, tampoco, ¡vaya uno a saber!). Si hablas, hazlo bajito, casi en susurros. Avisa siempre a dónde vas, donde estás, a qué horas llegas, con quién andas. No viajes en bus, mejor. Toma precauciones. No dejes entrar a nadie a tu oficina ni a tu casa. Mira de repente si hay micrófonos. Ojo con el celular. Saca la batería del teléfono cuando estés en una reunión. Y si dejas entrar a alguien que no conoces, como aquella tarde que el entró “el espía” colándose a una reunión, no vayas a ser tan confiada como para no preguntar el nombre, de qué institución es, a quién se debe, por qué está ahí, con qué interés, con qué intención, enviado por quién… Sí. Me gustan, de verdad, las novelas de espías. Lo que no resulta muy agradable es vivir en la realidad lo que parece ser una novela, una mala novela, por cierto, plagada de intrigas, con espías de pacotilla, personajillos, insidias, infamias y mentiras.