El domingo pasado escribí sobre los cristianos de Nigeria, su pasión y su cruz. La fe me obliga a añadir también, para no quedarme a mitad de camino, su pascua de resurrección y de vida. Hoy me toca hablar de Nicaragua y del camarada Daniel Ortega y de su ilustre esposa, la Señora Murillo, que, como Mesalina, se mueve entre bastidores, ejemplares revolucionarios y liberadores de un pueblo sufrido, regado con la sangre de los mártires, de los cientos de jóvenes asesinados sin piedad por el enorme pecado de protestar, la mayoría de ellos cristianos fervorosos que entienden que no se puede vivir la fe al margen de la justicia, de la libertad y del testimonio. ¡Lindo sería poder dar gloria a Dios y olvidarse del dolor del hombre!
Tan execrables me parecen los populismos de izquierda como los de derecha, porque, cuando prevalece la ideología, los intereses de clase o de troncha política, lo que queda al margen es siempre la dignidad humana y, al final, quien paga las facturas de nuestros despropósitos son siempre los más vulnerables.
La ley del péndulo marca en América Latina una nueva oportunidad para la izquierda. Si no se respetan los derechos humanos, ni la libertad religiosa, ni la democracia, ni la dignidad de las personas y el bien común, el péndulo seguirá marcando el compás del poder, viviremos en la ilusión del cambio, pero el pueblo seguirá sufriendo y soportando a los memos de turno.
Ortega y compañía son tan necios que piensan que matando al mensajero desaparece el mensaje. Sería bueno que aprendieran algo de la historia: desde el principio, la sangre de los mártires fue semilla de cristianos. Así sigue siendo. El silencio del obispo, sacerdotes, religiosos y laicos vejados, detenidos y expulsados del país, es un grito de libertad y un anticipo de su triunfo.
Lo mismo que digo de los cristianos digo de toda persona que, creyente o no, intenta construir un mundo mejor. Para Nicaragua y para América Latina los tiempos mejores están por llegar. Seguiremos empujando el alba para que amanezca. Así será.