En el tiempo incalificable que vivimos recibí una gran alegría; pero antes de contarles la razón de este gozo, me detengo en lo menudo del día, el intenso frío de la noche, las lluvias que revitalizan jardines y plantas y desloman, golpean, despedazan y hieren barrios con servicios deficientes. ¿Unos sí y otros no? ¿Quiénes somos los del sí, los del no? ¿Por qué la doblez de todo en la existencia, nosotros y ellos, bien y mal, Honduras, no nosotros; Nicaragua y tampoco nosotros? Vivos y amenazados, sabemos que hoy es, como dijo Machado, ‘siempre todavía’.
Solo la gran literatura, la poesía eminente dice lo que no podemos decir con nuestra pobre palabra.
Su precisión no agota, sino potencia su sentido. Su perfección nace del rigor con que pronuncia cada cosa: “Quiero escribir, pero me sale espuma” o “Fue domingo en las claras orejas de mi burro / de mi burro peruano en el Perú (perdonen la tristeza)”… Del otro lado del mundo y en la misma maravillosa lengua: “Me llamo barro, aunque Miguel me llame”… La inteligencia andina de Vallejo, de montañas heridas, de belleza empedrada de nieve, hoy derritiéndose; la de Miguel Hernández, el de la distante huerta oriolana, y en común, la consistencia poética de lo real, búsqueda y encuentro de las palabras que lo nombran. La poesía que corazones buenos necesitan y confrontan. Becket niega que Godot, presente sin presencia, que da sentido a la espera de los dos vagabundos con bombín, fuese Dios. ‘Si hubiera querido que fuera Dios, repetía, lo hubiera llamado Dios’. He aquí el alcance de la palabra. El hecho es que, Dios o no, el oyente, el espectador tienen derecho a imaginar cualquier cosa más allá de la espera, mientras los dos mendigos permanecen ‘en un lugar junto a un camino, al lado de un árbol’, conversando, discutiendo de nada, de casi nada, ante la inminente llegada de Godot. Y reciben cada tarde este mensaje de un muchacho maltratado por su amo: Godot no vendrá hoy, “pero mañana, seguro que sí”.
El ‘mañana seguro que sí’ los mantiene atentos, esperando el día en el que ocurrirá, al fin, la llegada del Godot que no llega. Teatro del absurdo, lo llamaron. Como “La cantante calva”, otra obra del absurdo del gran Ionesco, escrita luego de la segunda guerra mundial, y vacía respuesta a ella. Porque tal guerra no requiere ni tiene respuesta. No importa cuánto tiempo esperemos saber, no lo sabremos nunca. La respuesta anhelada no es política, porque la guerra no fue humana; no es filosófica ni literaria, ni matemática ni religiosa; no es, porque como respuesta, no existe. Es la práctica del mal absoluto al cual los poetas, los dramaturgos, los literatos dan significado con las palabras, las obras del absurdo…, es decir, del ‘nonsense’.
Yo empecé alegre este mensaje –créanme-, para contarles que recibí un regalo excepcional del jardinero y su excelente mujer: ¡me trajeron lombrices para el compost, esa tierra negra que enriquece la tierra!… Y me dije, ‘tengo que contarlo’. Y así fue.