Toda sociedad latinoamericana -la ecuatoriana, la peruana, la boliviana y otras- puede hoy en día mirarse en tres distintos espejos dentro de nuestra propia región.
Primero en el de Venezuela, donde el socialismo del siglo XXI ha devastado la economía, creado una narco-oligarquía tenebrosa, y sumido a los ciudadanos en una pesadilla de carencias, violencia y desesperanza.
Segundo, podemos mirarnos en el espejo de Brasil, donde el Partido de los Trabajadores y su fundador y máximo dirigente, Luis Inacio Lula da Silva habían creado la expectativa de verdadero cambio, sostenida reducción de la pobreza y ética en el gobierno, expectativa que ha sido miserablemente defraudada por las inmundas redes de corrupción que tejieron una mafia política y sus aliados que practican el capitalismo de amigos, de las cuales, según ha quedado al descubierto en las últimas semanas, ni el propio Lula se ha librado.
Tercero, podemos también mirarnos en el espejo de Guatemala, donde hace pocos meses una sociedad civil enardecida, cansada del cuento sin fin de la impunidad, obligó a renunciar a un presidente corrupto y ahora encarcelado, quien habiendo asimismo prometido poner fin a la corrupción, aprovechó del poder para instalar sus propios puercos negocios.
Es importantísimo reconocer la diferencia esencial entre el primero y los otros espejos.
En el primero, Venezuela, el poder judicial se encuentra totalmente subordinado al poder político y en consecuencia, lejos de ofrecer alguna garantía o protección al ciudadano común contra las depredaciones de ese mismo poder político o de un rufián cualquiera, la “justicia” deja a todo venezolano y a todo extranjero que viva o invierta en el país o que haga negocios con empresas venezolanas en un estado de total indefensión.
En Brasil, en alentador contraste, el poder judicial ha mantenido su independencia, y es ese poder judicial independiente el que está destapando las cloacas y haciendo que las ratas, por poderosas que se hayan creído, tengan que enfrentar las consecuencias de su desvergonzado abuso del poder político y económico.
Y en Guatemala, la acción decidida de la sociedad civil que llevó a la cárcel a un presidente corrupto gozó del apoyo de un interesante experimento, digno de estudio y de posible imitación, que es la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, CICIG, organismo de investigación y apoyo creado por acuerdo entre el gobierno guatemalteco y la Organización de Naciones Unidas.
Está llegando a su fin nuestra triste historia de resignación ante los abusos de grupos de interés que se turnan en la expoliación de nuestras naciones. Brasil por un lado y Guatemala por otro nos están señalando nuevos caminos. Es bueno que se sientan amenazados quienes se creen impunes y pretenden serlo siempre.