Los escritos del Yo

Me basta hurgar un poco para dar con las citas precisas. “Somos lo que recordamos” (Rudolf Steiner); “La vida de uno no es lo que sucedió, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda” (Gabriel García Márquez); “Una memoria está hecha de lo recordado y lo olvidado, de sus palabras y sus silencios, de sus imágenes y sus vacíos” (Roberto Ampuero); “Entre el alba y la noche hay un abismo/ de agonías, de luces, de cuidados/ el rostro que se mira en los gastados/ espejos de la noche no es el mismo” (Jorge Luis Borges). Ello no obstante, en Europa, espacio de eclécticos, las autobiografías y las biografías, documentadas, son cada vez más numerosas. Se las ha definido de ‘Escritos del Yo’. A manera de reacción, digo yo, ante una realidad incuestionable: “… y llega el día en que no queda ni un solo testigo vivo que pueda recordar” (Antonio Muñoz Molina). “Espacio de la Memoria” es el título de una autobiografía de autor ecuatoriano (R.F.B.).

Autobiografías, y biografías, lo que queda escrito, neutralizan la finitud de la vida. Desde cuando el hombre inventó la escritura alfabética se inició la agonía de la muerte. Es cuando comienza la historia, la que se transmite de manera fidedigna.

Desde luego que la historia la escriben los vencedores. Los pueblos dejan de tener presencia cuando no cuentan con historiadores. El Imperio de los Incas desaparece como una de las grandes civilizaciones cuando los historiadores son los vencedores, los españoles, los que contaban con la escritura alfabética. Cuando a poco de la etapa bélica de la conquista desaparecen del escenario los amautas y quipucamayocs, los quipus son enigmas silenciosos, ya nadie los ‘lee’, terminan por ser objetos de museos. Así desaparece la historia registrada del Incario. Los primeros cronistas, todos mestizos, como Blas Valera y Garcilazo de la Vega, refieren lo que oyeron contar a sus madres, tíos o abuelos, que vivieron el Cusco prehispánico. Con el tiempo la memoria oral fue extinguiéndose. Es así como se impuso el proceso de aculturación que sufrieron los pueblos andinos. Sin memoria, son los huayrapamushcas, los hijos del viento, los que entran en escena.

“A mí jamás me acobardó la muerte, lo que si me hace temblar es el olvido” (versos de la canción que la popularizó Tania Paredes Aymara, poco antes de su muerte); “La muerte no existe, la gente solo muere cuando la olvidan, si puedes recordarme siempre estaré contigo (Isabel Allende). Sobre Clarice Lispector, escritora brasileña, judía de origen ucraniano “Nunca escribió para ser reconocida sino para sobrevivir a su existencia”. “No quedará nada de Eugenio en aquella loza como no ser un puñado de polvo. El amigo no se resigna. Escribe una apología sobre la vida y la obra de su amigo” (Philippe Claudel). “Es la memoria escrita la que perdura” (R.F.B.).

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