El esclavismo es una de las más viejas y aberrantes formas de explotación de un segmento de la humanidad que no fue considerada ser humano, sino mercancía usada para los trabajos más duros. La esclavitud sustentó los procesos de expansión colonial, y fue una de las bases de la acumulación capitalista.
Inglaterra no hubiera llegado a ser Inglaterra, su revolución industrial no hubiera tenido el éxito que tuvo, Europa no hubiera llegado a ser el “centro del mundo”, sin la colonización de grandes regiones del globo, en las que laboraba mano de obra esclava o precarizada en extremo, como la indígena y afro en los Andes.
Los movimientos abolicionistas lograron suprimir legalmente la esclavitud en muchos países en el mundo en el siglo XIX, en sintonía con el avance de las relaciones de producción capitalistas, como la relación salarial. La abolición no fue un proceso fácil, en muchos países como en los EE.UU. motivó guerras y conflictos mayores.
Pero una cosa fue la abolición legal y otra la inserción del ex esclavo como ciudadano. Hasta el día de hoy, en todo el mundo personas afros o pertenecientes a los pueblos originarios y otras diversidades, continúan sufriendo discriminación y desprecio por parte de sociedades racistas, excluyentes y supremacistas, y por estados incapaces de llevar adelante una agenda de Derechos Humanos, a pesar que en sus constituciones proclaman su promoción y defensa.
De todas maneras, la humanidad había considerado la esclavitud como parte del pasado. Pero no. La esclavitud ha resurgido en todo el planeta, e incluso es un eje central de grandes corporaciones de la economía global, que incrementan su riqueza a través de mano de obra esclava, entre las que están las de niños, niñas, jóvenes y mujeres.
Este esclavismo contemporáneo que está conformado por 40 a 60 millones de personas, que elaboran mercancías baratas y competitivas que son vendidas en lujosos centros comerciales y fastuosos almacenes de todo el mundo. Los esclavos producen de todo: ropa, calzado, chocolates, frutas, vegetales, insumos para teléfonos celulares y tantos productos más. También es la fuerza laboral que levanta edificios en las ciudades o construye metros.
Esta esclavitud se nutre de la pobreza, de inmigración ilegal, de las personas desplazadas. Pero también del rapto. Muchas niñas, niños y jóvenes son probablemente secuestrados por el crimen organizado para la explotación sexual y el tráfico de órganos. En nuestra experiencia nacional todos los días se denuncia la desaparición de niñas y jóvenes sin que haya una explicación certera. Se habla de 10 mil desaparecidos cada año.
La esclavitud contemporánea, la trata de personas, es un nefasto negocio en el que conviven gobiernos, empresarios corruptos y delincuencia nacional e internacional. Es un problema que el nuevo gobierno lo tiene que asumir con decisión.