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En Ámsterdam o en Hamburgo se las exhibe en vitrinas, como si se tratara de mascotas o vistosos pasteles. En esas ciudades ellas son parte del circuito turístico, igual que los museos, los templos y los zoológicos. En Madrid, Quito, Buenos Aires o Barcelona, por ejemplo, se las encuentra en ciertas calles más o menos delimitadas por las autoridades, o en parques y plazas, medio ocultas entre las sombras de los árboles, resguardadas por matorrales o monumentos. Se las encuentra aquí o allá, siempre en umbrales riesgosos, siempre asediadas por el miedo.
Una de las imágenes más desgarradoras que tengo registrada es la de una muchacha que en pleno invierno, muy temprano por la mañana, esperaba algún cliente en una de las calles internas de la Casa de Campo, en Madrid, a pocos pasos de la parada del metro. La mujer vestía solamente minifalda, medias nailon, zapatos de tacón y una diminuta chaqueta de cuero. Tiritando, mostraba lo más coqueta posible su piel traslúcida y aspiraba con vehemencia el humo de su cigarrillo buscando algo de calor en la exigua brasa.
Escenas similares se ven a diario en casi todas las ciudades del mundo, y si no están expuestas al frío, sí lo están a los peligros de la calle, a la exhibición impune de su intimidad, a la violencia, y por supuesto, a la muerte. Sin embargo, lo más grave de su condición no es necesariamente su exposición a los peligros nombrados, pues incluso muchas de ellas de seguro preferirán la muerte a su actual situación, pero ni siquiera eso es posible cuando se es esclava, cuando le perteneces a una mafia, cuando se tiene dueño y su vida y la de su familia: hijos, padres o hermanos, está en manos ajenas. Y es que en esta forma de esclavitud ni siquiera morir es una opción.
Hace pocos años, Suecia cambió drásticamente su política sobre prostitución, que ahora es considerada como una de las variantes de la violencia masculina contra mujeres, niñas y niños. Hoy se la reconoce como una forma de explotación sexual que penaliza severamente a quien contrata el servicio. A raíz de la promulgación de la ley de prohibición del tráfico humano para el propósito de explotación sexual, se redujo en dos tercios la prostitución y es casi nula la cantidad de mujeres extranjeras que son traficadas a Suecia por interés sexual. El Gobierno sueco además ha implementado políticas para que las mujeres que ejercían la prostitución sean contratadas por empresas públicas o privadas y logren de este modo reinsertarse en las actividades económicas de la sociedad. Los próximos países en acercarse al modelo sueco serán Finlandia y Noruega.
La batalla no será sencilla, pues el crimen organizado tiene en esta execrable actividad una de sus más importantes fuentes de ingresos. Suecia va a la vanguardia y otros países piensan seguir su camino, pero las demás naciones comprometidas con los derechos humanos ya deberían pensar con seriedad en erradicar absolutamente la esclavitud en todas sus formas.