Project Syndicate
Sin lugar a dudas, la recuperación de la recesión mundial provocada por la crisis financiera de 2008 ha sido inusualmente larga y anémica. Algunos aún esperan un repunte en el crecimiento. Sin embargo, ocho años después de que estallara la crisis, la situación que atraviesa la economía mundial comienza a mostrarse más como un nuevo equilibrio de bajo crecimiento que como una recuperación lenta. ¿Por qué ocurre y hay algo que podamos hacer?
Una posible explicación de esta “nueva normalidad” que ha recibido mucha atención es la disminución del crecimiento de la productividad. Pero, a pesar de la considerable cantidad de datos y análisis, el rol que desempeña la productividad en el actual malestar ha sido difícil de definir – y, en los hechos, parece no tener importancia crítica.
Por supuesto, la desaceleración del crecimiento de la productividad no es buena para el desempeño económico a largo plazo, y puede ser una de las fuerzas que frenan a Estados Unidos, a medida que se acerca al nivel de “pleno” empleo. Pero, en gran parte del resto del mundo otros factores – la demanda agregada insuficiente y las significativas brechas de productividad, enraizadas en el exceso de capacidad y activos subutilizados (incluyéndose entre ellos a las personas) – parecen tener mayor importancia.
En la eurozona, por ejemplo, la demanda agregada en muchos países miembros se ha visto restringida por, entre otras cosas, el gran superávit de cuenta corriente de Alemania, que ascendió a 8,5% del PIB en 2015. Al tener una mayor demanda agregada y un uso más eficiente de los recursos humanos y otros recursos de capital existentes, las economías podrían lograr un impulso significativo en el crecimiento a mediano plazo, incluso sin que estén presentes ganancias de productividad.
Nada de esto quiere decir que debemos ignorar el desafío de la productividad. Pero la verdad es que la productividad no es el principal problema económico en este momento.
Hacer frente a los problemas más apremiantes de la economía mundial requerirá de la acción de múltiples actores –no sólo de la de los bancos centrales. Sin embargo, hasta el momento, las autoridades monetarias han asumido gran parte de la carga de la respuesta frente a la crisis. En primer lugar, intervinieron para evitar el colapso del sistema financiero, y, más tarde, para detener la crisis bancaria y de la deuda soberana en Europa. Luego continuaron su accionar para reducir las tasas de interés y la curva de rendimiento, elevando los precios de los activos, lo que a su vez impulsó la demanda vía los efectos de riqueza.
Pero este abordaje, a pesar de hacer algo bueno, ha llegado a su fin. Las tasas de interés muy bajas – incluso negativas – no han logrado restablecer la demanda agregada o estimular la inversión.