El jueves 29 de este mes, en una Sesión Solemne se conmemorará el 150 aniversario de la fundación de la Escuela Politécnica Nacional. Hecho portentoso en uno de los últimos rincones del mundo occidental. El fundador, don Gabriel García Moreno, presidente de la República, quien había estudiado en la Escuela Politécnica de París y había llegado a la conclusión de que ningún país tendría futuro si no dominaba las ciencias básicas, usaba las modernas tecnologías y emprendía investigaciones científicas aplicadas. Tal empresa requería de buenos maestros. Don Gabriel contó con la participación de un calificado grupo de jesuitas, de entre aquellos que habían sido expulsados de Alemania. Un triunfo de la civilización sobre la barbarie, eso fue la fundación de la EPN. Los bárbaros la cerraron. Fue un Presidente ilustrado, el doctor Velasco Ibarra, quien la reabrió en 1935. Con los dos primeros rectores, Pedro Pinto y Jaime Chávez Ramírez, se consolida la vocación científica de la Politécnica. Destacados profesionales ecuatorianos y extranjeros, los más de ellos judíos, retoman la posta que dejaron los jesuitas.
Mi sueño: estudiar la biopatología de las comunidades campesinas andinas. Con tal propósito me especialicé en Endocrinología y Medicina Nuclear. Día de gloria, a poco de mi retorno, el señor rector de la EPN, Chávez Ramírez, en 1958, me citó a su despacho para ofrecerme la Dirección del Departamento de Aplicaciones Biomédicas de un Instituto de Ciencias Nucleares que días más tarde iniciaría sus actividades. Compartiría tal responsabilidad con el doctor Luis Levy y los ingenieros químicos Raúl Estrada y Ricardo Muñoz. Desde entonces, hasta cuando me jubilé en el 2005, la EPN fue el piso y el techo con los que conté para la realización de mis investigaciones.
Tuve la fortuna de tener como rector de la EPN, durante 30 años, al ingeniero J. Rubén Orellana. Encajó como anillo al dedo con la vocación científica de la Politécnica. Liberal y limpio. Incapaz de una arbitrariedad.
Respetuoso del pensamiento ajeno. Prudente, previsor, una suerte de estadista el ingeniero Orellana. De carácter fuerte, duro, cuando se trataba de defender los principios que a la EPN le habían llevado a ser un paradigma de la educación superior estatal. Inviolable la autonomía universitaria. Cuando logré mi primera beca de investigación, se pretendió que aquellos fondos pasaran a la Administración General. Así, como Investigador Principal quedaba maniatado. Fuimos con el señor rector Orellana a la Contraloría. ¡Aquellos fondos no provenían de fuentes nacionales! Se impuso la razón.
Mi testimonio cubre un espacio de 47 años. Lo que vino después de la muerte de Orellana fue la continuidad de una sólida y dinámica vida institucional. Sí, ¡institucional! Poco frecuente en países como el nuestro.