En un país desconocido, durante las elecciones municipales, el 75% de los electores deciden votar en blanco. Al repetirse las elecciones, el porcentaje aumenta al 83%. Con base en estas premisas, José Saramago en su novela Ensayo sobre la lucidez nos hace reflexionar sobre lo que podría pasar si, de pronto, la gente empezara a votar en blanco mayoritariamente.
¿Cuál sería la reacción del gobierno? ¿De los políticos? ¿De los mismos ciudadanos?
¿Qué legitimidad tendrían aquellos que tengan menor porcentaje de votación que el voto en blanco?
Y, sobre todo, ¿qué significa en términos políticos votar de esa forma?
La novela – una suerte de continuación de Ensayo sobre la ceguera y que se completa en una trilogía con Las Intermitencias de la muerte – intenta dar respuesta a esas preguntas planteándonos un escenario en el que la ciudadanía trata de hacer llegar un mensaje al gobierno a través de su forma de votar, y éste, incapaz de entenderlo y deslegitimado como queda, debe recurrir al autoritarismo y al abuso de poder para imponerse, desencadenando una grave crisis institucional.
En Ecuador, aún cuando también representan posiciones políticas – como nos advierte Saramago- y son un ejercicio de libertad de expresión, nuestras disposiciones legales les han quitado peso y significado al voto blanco y al nulo, determinando que los únicos votos que deben contabilizarse para determinar ganadores son los válidos. Es que claro, es más fácil ganar una elección con más del 50% de votos válidos que del total de votos emitidos, si no, que se lo pregunten a Rafael Correa.
Sin embargo, el voto nulo aún pesa en nuestro ordenamiento jurídico, ya que, si en una elección los votos nulos superan a los votos válidos obtenidos por la totalidad de candidatos, las elecciones se anulan. Así, en esta disposición permanece la idea de que no se puede ganar una elección si es que la mayoría de los votantes piensa que ninguno de los candidatos es idóneo para el cargo o la institución a la que pretenden llegar es absurda o ilegítima.
Lo que no queda claro en nuestra ley es cuál sería la consecuencia de declarar nulas unas elecciones por esta causa. ¿Repetirlas? ¿Analizar el por qué de esa votación? ¿Escuchar el mensaje que los ciudadanos están enviando acerca de la legitimidad de los candidatos o de las instituciones a las que aspiran llegar?
Si bien podría entenderse la novela Saramago como pesimista, con un final que a muchos dejará con una sensación agridulce, creo que debemos quedarnos con lo que nos dice por intermedio del ministro de Justicia que renuncia por las acciones del gobierno cuando señala “el voto en blanco puede ser apreciado como una manifestación de lucidez por parte de quien lo ha usado”, lucidez que también podría expresarse en el voto nulo.