Los enemigos invisibles

¿Invisibles? Mucho más pequeños que las bacterias. Tan pequeños como que no se los puede apreciar con los microscopios ópticos. Eso sí, muy abundantes (millones de tipos diferentes) capaces de introducirse en las células de todos los ecosistemas. Algunos virus, como el de las viruelas, permiten que el organismo humano reaccione con respuestas inmunitarias que conducen a la inmunidad permanente. Quien a sufrido de viruelas no las volverá a padecer. Es lo que se logra con las vacunas.

Los pueblos aborígenes americanos son vencidos por virus y bacterias que vinieron con los españoles y para los cuales no tenían defensas inmunológicas. Pueblos enteros desaparecen, como sucedió con los antillanos. El virus de las viruelas es el más cruel; deja como secuelas ceguera y cicatrices en la cara. Esos ciegos que tocaban el arpa y los ‘shuros’, aún presentes cuando pasaba vacaciones en mi comarca del hoy cantón Quero.

Las epidemias van y vienen tanto en la Metrópoli como en las colonias americanas. Entre los médicos ilustrados nadie está por creer en “la ira de Dios”. De lo que sí están seguros es que en tales flagelos las pésimas condiciones higiénicas juegan un papel importante. Tanto en Madrid como en Quito, digamos.

El Quito del siglo XVIII no cuenta con alcantarillado ni agua corriente, como no ser algún convento o la casona de algún mandamás. El común de las casas son conventillos en donde la pobre gente vive hacinada, desperdicios y excretas acumulados en traspatios. Las excretas de los señores son recogidas en pondos enormes y llevados por los caparichis a ser arrojadas en las quebradas que cruzan la ciudad.

Para cuando la epidemia de viruelas de finales del siglo XVIII, el Dr. Eugenio Espejo ya es un médico respetado y el Cabildo de Quito le encomienda proceder, ver que se puede hacer. Nadie sabe nada. Nuestro colega si sabe que son “atomillos vivientes” los que producen las enfermedades y las deplorables condiciones higiénicas, con sus inmundicias, el medio propicio para que se propaguen. Desde luego que ni el Dr. Espejo ni nadie en el mundo sospecha siquiera la existencia de los virus. Manos a la obra: medidas de higiene pública y el fuego purificador. Al ilustre Dr. Espejo no se le escapa que la morbimortalidad es mayor en quienes por su pobreza “se alimentan con afrecho de cebada”.

Una vez que se produce inmunidad permanente en los afectados por viruelas, el médico inglés Edward Genner en 1976 produce la vacuna antivariólica. Se la utiliza en todo el mundo. En 1980, la OMS certificó oficialmente el final de las viruelas.

Con el enemigo invisible de estos días, el covid-19, estamos en ascuas. La inmunidad en los afectados parece disminuir rápidamente, no dura toda la vida. ¿Una vacuna de efectos permanentes? Soy un optimista impenitente.

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