Nuestra historia reciente tiene un nombre indudable, y ese nombre es Alianza País. Si su propuesta original fue capaz de convocar a entusiasmadas mayorías, el ejercicio del poder (que permitió algunos modestos logros en materia social y llevó la economía a un franco descalabro), estuvo siempre empañado por los excesos temperamentales del primer mandatario y el establecimiento de un sistema burocrático y autoritario. Por eso, a pesar de los reiterados triunfos electorales obtenidos gracias a la renta del petróleo y la política clientelar, por debajo de las brillantes apariencias fue extendiéndose un incontenible descontento.
El cambio de gobierno representó un punto de quiebre en el desarrollo de lo que, en el lenguaje del régimen, se denominó “el proyecto”. Pero ese cambio no se debió tanto a un golpe de timón, porque aún lo estamos esperando, sino a una sensación de alivio que permitió aflorar las expresiones de aquel soterrado descontento. Si algún mérito debemos reconocer al actual mandatario, es el de haber sabido percibir la orientación de tales expresiones, y haber actuado en consecuencia.
Sin embargo, la naturaleza misma de ese cambio no daba para mucho: si las primeras acciones del flamante gobierno y la actitud respetuosa del Presidente fueron recibidas con satisfacción, a la vuelta de ocho meses la satisfacción se ha evaporado ya en gran medida y nuevos descontentos han empezado a germinar en el trasfondo invisible de la sociedad. El regreso del antecesor y los episodios de la ruptura del partido de gobierno han contribuido a dibujar un nuevo panorama: por un lado, la tibieza del equipo gobernante, y por otro, la reaparición de los excesos temperamentales que no toleran la derrota. Y siempre la misma economía.
La gente se pregunta entonces dónde se encuentra una salida. ¿Insistir en “el proyecto” que se supone socialista, y hacerlo precisamente cuando el supuesto socialismo está dando en Venezuela una nueva prueba de su fracaso en el mundo? ¿Volver los ojos a la derecha y permitir que el “capitalismo salvaje” nos imponga sin trabas la deshumanización total? ¿Inventar una alternativa?
Sí, tal vez por ahí pueda encontrarse una salida, pero “nueva alternativa” no significa un nuevo movimiento ni partido como tantos que se organizan cada día, sino un nuevo modo de entender el mundo y una definición consecuente de una nueva historia. Ni el capitalismo ni los supuestos socialismos ya convertidos en caricaturas de sí mismos. No es un nuevo “proyecto” ni un novedoso programa de gobierno lo que necesitamos, sino un nuevo modo de entender el mundo, la naturaleza y la sociedad. Quizá fue eso lo que quisieron los fundadores de Alianza País, pero equivocaron el camino y se quedaron cortos. Es probable que otros jóvenes aún desconocidos se encuentren ya buscando algo nuevo para ofrecer a esta sociedad cansada ya de caminos sin salida: algo sin el peso del estado ni de la autoridad, algo con rostro humano.
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