En dos semanas se sabrá...

Las elecciones seccionales más tumultuosas del mundo muestran casos increíbles como aquel de los 20 candidatos para la prefectura de una provincia con algo más de 250 000 electores (la novel Santa Elena). O los 22 candidatos para la alcaldía de un cantón con un poco más de 90 000 electores (el vecino Rumiñahui).

Pero estos comicios con más de 81 000 candidatos (casi tres veces más que en los últimos seccionales) y más de 200 agrupaciones no solo reflejan la necesidad de cambiar las normas que permiten esta proliferación y dispersión sino que ponen en escena dos escollos propios de una transición.

La primera, contar con un Consejo Nacional Electoral que no nace de una voluntad omnímoda (donde las discrepancias se cortaban de raíz) ni vuelve del todo a la fórmula de la cuota partidista (discrepancia total). Sus vocales han tenido importantes roces que ojalá no pongan en peligro ni la calidad ni la transparencia del proceso, mientras en los niveles clave sigue operando el correísmo.

La segunda, elegir a un Consejo de Participación Ciudadana y Control Social definitivo, lo cual equivale a haber decidido por consulta popular poner la casa en orden lo mejor que se pueda a lo largo de varios meses y, al mismo tiempo, dejar abierta la puerta y las ventanas para que quienes acechan para conservar el poder en la sombra puedan entrar y tomársela nuevamente.

Al remodelador con ínfulas de arquitecto que ideó este esquema hay que quitarle el título e impedirle el ejercicio profesional de por vida. Ahora han aparecido los expertos en demolición que no quieren darse cuenta de que el voto nulo deja abierta la posibilidad de que el correísmo, bien organizado, se tome la casa o lo que quede de ella después del 24 de marzo, y se atrinchere para dar la gran batalla.

Volviendo a las elecciones de autoridades jurisdiccionales, estas evidentemente no servirán para medir el peso del Gobierno, debido a su insignificante participación con candidatos propios. Sí servirán para ver quiénes son los ganadores y perdedores, y no sería extraño que entre los primeros reaparezcan figuras del gobierno de la década pasada, que ya se dieron cuenta de que la mejor táctica es simplemente identificarse como correístas.

De hecho, incluso en zonas donde hay un alto rechazo a Correa ,como Pichincha y Quito, sus candidatas a la Alcaldía y la Prefectura pudieran alcanzar niveles que se acerquen a los números de su líder. Hay que ver qué pasa en provincias que se mantuvieron como bastiones hasta el final, como Manabí.

En esta etapa final en la que la enorme masa de indecisos se ve obligada a optar, parece que vale todo: la campaña sucia, que volvió a encontrar su mejor espacio en las redes sociales, y el descarado espionaje. La pelea de compadres llegó a su nivel más deplorable, pero en 14 días se sabrá quién es quién.

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