En el éxtasis del triunfo, cuando consiguieron que su caudillo sea reelegido en primera vuelta, nadie en el grupo que lo apoyaba tenía el menor atisbo de duda que habían llegado al poder para permanecer inamovibles por décadas. Valía la pena bailar en las tarimas.
Una mayoría de electores, cegados por las obras de relumbrón, sin sospechar que las mismas se construían a costa de un endeudamiento agresivo que a la larga iba a volver insostenible el sistema, les otorgaba el triunfo permitiéndoles soñar en que difícilmente serían desplazados del lugar que consideraban les había destinado la historia, en mérito a su clarividencia y posesión de la verdad revelada. Eran invencibles, infalibles, insustituibles. Con recursos que aún fluían y el respaldo obtenido, consideraban que el ejercicio del nuevo período para el que fueron elegidos iba a ser como ir de excursión, sin sobresaltos. Para ello, mediante una reforma legal a la medida, se habían asegurado una mayoría legislativa de más de los dos tercios, cuando en votos apenas sobrepasaban el 50%. Poco después se realizaron elecciones seccionales y tuvieron la primera sorpresa. Con todo a su favor perdieron las elecciones para alcaldes en las ciudades más grandes del país. La sonrisa se les congeló y apareció el tema de las enmiendas y de la reelección indefinida, en contra de lo que ha sido la tradición constitucional en la historia de la República.
Luego, la rueda de la fortuna se invirtió y la riqueza empezó a escasear. Los tiempos se complicaron y se agravaron por decisiones equivocadas, como las propuestas de leyes que frenaron aún más la inversión, colocando un telón de fondo opaco que enrareció el ambiente. En el último trimestre, la situación empeoró, el ánimo de la gente decayó por lo que había que cambiar de estrategia y ya no tratar el tema de la reelección como algo inminente, sino como un asunto que brindase la impresión que no era realizado con dedicatoria.
El aparato político volvió a funcionar para aprobar el paquete de enmiendas. Todo se hizo con el cálculo de tratar de retener el poder a cualquier costa, o de recuperarlo si se viesen obligados a cederlo. Pero la propia experiencia les demuestra que no siempre ocurre lo planeado; por más empeño que se ponga en intentar delinear el destino, este no dejará de ser impredecible y más de una sorpresa podrá develar el futuro.
Por el momento, han reculado en su intención de colocar a su pieza política más importante al frente del próximo proceso eleccionario. Si no aparecen con otra sorpresa que habrá que ver si les da el resultado esperado en las urnas, propondrán un candidato que en las formas tenga una apariencia conciliadora, para -más adelante- apuntar al retorno de lo mismo. Resta saber si las circunstancias y el ánimo de los electores se los permita, pues -como se ha mencionado- la realidad siempre será impredecible y los hechos transitan por sitios inimaginables.
Un escenario sí aparece predecible: no habrá el control y la hegemonía de un solo grupo político; lo que, de hecho, es bueno para construir democracia.