Luego de una década de confrontación frenética necesitamos serenidad para salir de la crisis y encaminarnos a lograr una prosperidad compartida y en paz.
El país precisa entrar en un período de tranquilidad conducido por un líder en el cual se pueda confiar y creer. El próximo presidente no puede ser nadie improvisado ni con ignorancia satisfecha, porque los problemas que tiene que resolver son de alta intensidad y complejidad.
Ahora que las técnicas de información y propaganda pueden encumbrar a cualquiera que sea asesorado por los vendedores de humo, el Ecuador debe acertar no solo a un buen candidato sino apostar por un buen presidente, que ofrezca eficiencia y certidumbre en sus decisiones, sin apego al poder por el poder sino al servicio a sus ciudadanos.
Para calmar la turbulencia que tanto daño hace a las posibilidades de progreso, necesitamos alguien con inteligencia y conocimientos de las ciencias del Estado, sentido de la historia y visión de futuro, cuyas decisiones prestigien al Ecuador y le hagan respetable. Alguien libre de compromisos y de intereses creados, que pueda restablecer el crecimiento económico evitando retrocesos sociales. Necesitamos un presidente que piense dos veces y no tome decisiones hepáticas que luego cuestan caro a los ciudadanos.
El próximo presidente debe tener gran capacidad conductora y autoridad moral incuestionable para ser obedecido por sus gobernados, para controlar y fiscalizar con probidad y eficacia. El manejo de una crisis supone voluntad política para asegurarse que en una sociedad democrática la economía funcione para todos, como dice Stiglitz, porque todo lo que estamos pasando dejará ganadores y perdedores y las políticas públicas están para ayudar y proteger a los más vulnerables, a los que están perdiendo sus trabajos.
Si queremos un Ecuador para todos, necesitamos un mandatario que privilegie al ser humano para que el ajuste no afecte a los progresos que se han hecho en materia de desarrollo social, educación básica y superior, cuidados médicos, infraestructura, seguridad y en algo muy importante como el empoderamiento del pueblo respecto de sus derechos. Para esto se debe utilizar bien los pocos ingresos de tal manera que se genere bienestar y oportunidades para las personas.
La acción de gobernar implica don de mando, vitalidad y dinamismo para manejar situaciones complejas, que siempre las habrá por la diversidad cultural, étnica, económica, regional.
De otro lado, necesitamos inversiones privadas que vienen solo cuando hay confianza y rentabilidad razonable. Y para que la empresa privada arriesgue se precisa de certidumbre confiable en las reglas del juego, pues si hay proyectos atractivos en los que pueden invertir.
Finalmente, el próximo presidente debe ser impoluto y para quien la honestidad sea una verdad de su destino.