La falta de amor y de comunicación mantiene abiertas las heridas del pasado que el hijo irá descubriendo en el corazón de sus padres”.
Algún lector me reclama que hace tiempo que no escribo sobre cine. Así que no quiero dejar de compartirles una película, “El páramo”, de David Casademunt, que Netflix estrenó el pasado mes de enero y que ha sido, en lengua no inglesa, la cinta más vista, quizá porque el pequeño mundo que narra no es más que el reflejo de la condición humana, de sus amenazas y de sus miedos.
Viendo la película he sentido la necesidad de rezar por este mundo nuestro, salpicado de guerras, pandemias y migraciones forzadas, de pobrezas sin cuento que, poco a poco, van ahogando la esperanza. Pareciera que todos los males tienen cabida en este páramo desolado, en esta familia aislada y temerosa que trata de protegerse poniendo distancia de la realidad de un mundo hostil y que, al final, acaba alimentando sus propios demonios interiores.
Una vez más (algo frecuente en el cine), son los ojos de un niño que crece entre sueños y temores los que nos ayudan a descubrir la dureza de la vida y a darnos cuenta de que el mal lo llevamos dentro, sobre todo en la medida en que dejamos que el miedo nos atenace y nos convierta en víctimas. ¿Cómo escapar de los demonios interiores? Recuerdo la vieja historia que, en torno al fuego de la chimenea, nos contaba la tía Tàlida: era la historia de dos bestias que peleaban a muerte (otra edición del bueno y el malo). La pelea duraba demasiado y los niños, impacientes, preguntábamos: “tía Tàlida, ¿qué bestia ganó la pelea?”. Y ella, con cara de mujer sabia, sentenciaba: “Siempre gana la bestia que alimentas”. Este es el gran desafío: cuidar nuestro interior, dejar espacio al bien y entender que siempre seremos jóvenes aprendices de un amor capaz de redimirnos.
La falta de amor y de comunicación mantiene abiertas las heridas del pasado que el hijo irá descubriendo en el corazón de sus padres. El inhóspito lugar, perdido y alejado, barrido por la lluvia y por el viento, tampoco ofrecerá seguridad porque el páramo, lejos de ser un espacio físico, lo llevamos dentro.