Los resultados, sus proyecciones y sus porqués, es lo que comúnmente analizamos luego de un proceso electoral. Pero es también interesante el retrato que este último nos entrega de nuestra clase política y de la sociedad en la que vivimos.
Ese retrato permite comprobar que, incluso entre los más enconados rivales, las diferencias no pasan del barniz superficial y el patrón de corte, hecho de maniqueísmo e irrespeto a la ley, es exactamente el mismo.
Nos quejamos, por ejemplo, y con razón, de Rafael Correa y su idea de un mundo dividido entre ellos y nosotros, la gente y los demás, los patriotas y los antipatria. Pero también en la otra orilla encontramos cosas como la promoción del sí en la última consulta popular, que a la larga mostraba como corruptos y narcotraficantes, a todos los que optaran por negar la propuesta del gobierno.
Ignorar las reglas es una consecuencia del maniqueísmo. Si los “buenos” tienen que imponerse contra viento y marea, la ley solo sirve para aplastar a los otros y lo único que cabe hacer cuando uno no está en el gobierno, es fastidiar y entorpecer. Ahí está el impresentable líder de la Revolución Ciudadana tratando de pasarse una vez más por el forro la Constitución que él mismo inventó, para destituir al presidente y adelantar elecciones.
Pero no es el único al que las normas le importan un soberano pepino. Pocos procesos como el actual muestran cómo, para unos y para otros, las reglas están ahí para ser ignoradas. Nos hemos habituado tanto a lo irregular, que ni siquiera lo percibimos como tal. Hace poco se oyeron reclamos porque el representante de una empresa pública impidió a una asesora presidencial grabar un mensaje para la campaña del sí, pero el problema no era ese; lo que se debió preguntar es qué hacía una servidora pública participando en una campaña electoral, contra expresa prohibición legal.
Nada extraña resulta, ante esto, la popularidad del voto nulo y la sensación de hastío con que no pocos acudimos a votar el domingo.