No ha transcurrido ni un mes desde que asumió la presidencia de Brasil y Lula ya está dando de qué hablar. El día de ayer acaba de darse una nueva Cumbre de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) en la Argentina. Y el flamante presidente brasileño, junto a su par argentino, Alberto Fernández, han sido los principales animadores de este encuentro.
Pero más que plantear cosas nuevas, se ha regresado a antiguas propuestas que algún momento tuvieron cierta relevancia cuando Lula fue presidente entre el 2003 y 2010. Fortalecer los procesos de integración regional como el MERCOSUR, UNASUR y CELAC en los cuales los Estados Unidos no tiene tanta injerencia, así como la idea de una moneda común sudamericana y una ambiciosa agenda estratégica en los sectores energético, de defensa, salud, tecnología, cooperación antártica, entre otros.
Lula quiere relanzar a Brasil a nivel regional y mundial. El mismo ha mencionado que fortalecerá las relaciones con sus vecinos, irá por un nuevo acercamiento con los Estados Unidos, la Unión Europea y China. Y aunque en todo esto hay una perspectiva geoestratégica y un interés de darle a al gigante sudamericano una renovada presencia a nivel internacional, está claro que buena parte de esta agenda estará atravesada por el eje político-ideológico: consolidar el bloque de izquierda en la región.
Hay que tomar en cuenta que prácticamente toda América del Sur está dirigida por gobiernos de izquierda: Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Colombia, Venezuela y, hasta hace poco, Perú. Por ello buscarán debilitar a instancias como la OEA, la cual, por ejemplo, se ha concentrado en temas democráticos. Solo así los regímenes autoritarios como el de Cuba, Venezuela y Nicaragua pasarán desapercibidos.
Estamos entonces ante el inicio de un nuevo ciclo político en América Latina. No de un fortalecimiento de la democracia sino de un franco deterioro y debilitamiento. Este ciclo va a durar no menos de 10 años. Y en esto va a jugar un papel importante la influencia de Lula.