La macabra epidemia que nos acompaña, junto con la enfermedad, la muerte y el escondite social, nos ha dejado contadas certezas. Por eso predominan hoy las elucubraciones, los escenarios probables y hasta las fantasías. Frente a estas imágenes de futuro, algunos optan por dejarse llevar. Otros, vislumbran el porvenir en base a las condiciones disponibles, a las lecciones de la experiencia.
En el mundo educativo, ya se habla de nuevos modelos pedagógicos, saltos tecnológicos, quiebre de roles, articulaciones inéditas escuela-familia. Esos futuros no surgirán espontáneamente. Se construirán según lo que hagamos o dejemos de hacer ahora.
Al momento nadie cuestiona el imperativo de potenciar el sistema público de salud. Pero también la educación -pública y privada- es un sistema trascendente y estratégico. Millones de niños y jóvenes están cubiertos bajo su manto. Reciben -más allá de las limitaciones- aportes en aprendizajes curriculares básicos, valores, actitudes, artes, contención emocional. El trabajo es más silencioso y menos mediático. Pero está ahí y demanda valoración y soporte. Más aún cuando salud y educación caminan juntas y se influyen mutuamente.
La prioridad de estos sectores no es asunto de retórica. Precisa planes, estrategias e indefectiblemente presupuestos y recursos. Sabemos que éstos no sobran, pero sabemos también que se están canalizando refuerzos vía créditos, contribuciones, impuestos. Y que se reparten con algún criterio de prioridad. Sería alarmante comprobar que entre ellos no figure la educación. (Se habla de una reducción de 98 millones a la educación superior, de bajas de categoría y reajustes en algunos programas de la educación regular).
Las prioridades en educación son innumerables. Por ahora -y posponiendo el tratamiento del modelo pedagógico- levantamos cuatro. No son las únicas y seguramente existen otras visiones. Pero éstas no pueden faltar: salud y saneamiento escolar, conectividad, alimentación escolar, plantilla docente. Todas apuntan a crear condiciones básicas para la educación que nos viene, presencial y a distancia.
Las precauciones higiénicas no podrán cumplirse si las escuelas no cuentan con agua potable, alcantarillado y baños. La educación a distancia será una quimera si no se amplía el acceso a computadores e internet. El complemento alimenticio se perderá si no mejora la cobertura, calidad y gestión de la alimentación escolar. La plantilla docente si sigue siendo cercenada pondrá en riesgo el sistema.
La atención a estos imprescindibles no puede dejarse en manos de un Ministerio, peor de uno sin conocimiento y sensibilidad social. Es un tema de país. La responsabilidad compromete otros actores pero tiene en el estado a su gestor insustituible. No permitamos que el discurso a favor de los vulnerables, los niños, la educación y la salud, engorde el repertorio demagógico.